domingo, 27 de noviembre de 2022

Enseñando a una jovencita

¡Muy buenas amig@s!

Viendo lo que os he ido contando, la mayoría de las experiencias que os he contado tienen a mujeres maduras como protagonistas, y aunque cada día me gusta más follar con maduritas y con abuelitas, os podéis imaginar que también me gustan las mujeres jóvenes, y aunque sea muy presuntuoso por mi parte decirlo, a mis 38 años, también tengo bastante éxito con ellas.

Como os decía, también follo con chicas más jóvenes que yo, y ha llegado el momento de hablaros sobre una de mis últimas conquistas, una mujercita de veinte años llamada Bea.

Nos conocimos a la vieja usanza, de fiesta en una discoteca a altas horas de la madrugada y con unas cuantas copas de más, momento y condiciones que siempre ayudan a socializar. Yo estaba con mi grupo de amigos, mientras que ella estaba en la despedida de soltera de una compañera de trabajo, la cual iba disfrazada precisamente de lo que pronto iba a ser, de novia, y sus amigas de negro y con una camiseta con la típica frase de estos eventos, que ahora mismo no recuerdo.

Fue uno de mis amigos, el más extrovertido de todos, el que empezó a hablar con la futura novia, y después nos fuimos acercando los demás. Instintivamente, ya sabía que mis amigos no tenían nada que hacer, pero yo me fijé en Bea, que estaba un poco fuera de lugar, ya que con diferencia era la más joven del grupo, ni llamaba la atención, ni se la notaba especialmente integrada en él, lo que unido a que me pareció una chica atractiva, me llevó a acercarme a hablar con ella.

Me pareció una chica muy tímida e insegura, se la notaba nerviosa desde el momento en el que me acerqué, pero la notaba receptiva, ya que la hacía gracia todo lo que la contaba, se interesaba por saber a qué me dedicaba, y siempre procuraba que la conversación no faltara, aquello era buena señal, y me la llevé a la barra a tomar una copa tranquilamente, alejándonos del grupo en el que nos encontrábamos, seguimos charlando, y ya por fin me lancé, y… ¡bingo!, nos enrollamos.

Fue una lástima que no pudiera quedarse mucho más, ya que sus amigas se marchaban a sus respectivas casas, y ella tenía que irse también, así que nos intercambiamos los teléfonos y nos prometimos quedar otro día.

En muchas ocasiones, esa quedada nunca llega, pero parece que desde ese momento Bea quedó prendada de mí, porque al día siguiente, cuando me levanté de la cama, ya tenía varios whatsapp suyos, preguntándome a modo de broma si aún no me había despertado y si tenía mucha resaca. No dudé en responderla y estuvimos charlando un buen rato, lo que se repitió en los siguientes días, hasta que por fin el jueves, volvimos a quedar para tomar un café, lo había pasado muy bien con ella el sábado anterior y quería saber cómo funcionaría la cosa en una cita normal.

La esperé en la puerta del bar en el que habíamos quedado, y cuando la vi llegar me reafirmé en la idea que tenía de que no estaba nada mal. A sus 20 añitos, tenía un aspecto verdaderamente virginal, llevaba un pañuelo en la cabeza sujetándose el pelo y gafas negras de pasta, mi gran fetiche. Su aspecto virginal se acentuaba por sus mofletitos y el resto de su ropa, camiseta negra ajustada, pantalones negros aún más ajustados, y unas Converse negras para rematar el atuendo. Por lo demás, pelo castaño claro, ojos grandes y castaños, piel clara, labios muy finos y femeninos, y otro de los rasgos más característicos de Bea, y que no me había pasado desapercibido el día que nos conocimos, su altura, que estaría alrededor del 1,50.

La cita fue genial, desde que nos saludamos, la enorme y franca sonrisa de Bea reinó, me pareció una chica alegre e interesante, nos volvimos a enrollar, y ahora ya sí, tras dos veces liándonos, la invité ese mismo sábado a cenar a mi casa.

Ella en un principio me respondió que sí, pero ya al día siguiente intentó echarse atrás, diciéndome que saliéramos fuera para que no tuviera que cocinar, me pareció un bonito detalle por su parte, pero mi idea no era la de una simple cena con velas, un violín y todo el despliegue de romanticismo, eso lo haría a mi manera, lo que me apetecía era llevármela a la cama, había despertado un increíble morbo en mí, y no quería dejarla escapar. En cualquier caso, también reflexioné sobre ella y ese aspecto tímido y misterioso que la rodeaba, pretendía ante todo que ella se sintiera a gusto y tranquila, por eso la insistí en varias ocasiones, que aunque la invitara a mi casa, no tenía por qué pasar nada que ella no quisiera que pasase, añadiendo de broma, que simplemente quería venderme ante ella como un gran cocinero.

Pues bien, el sábado llegó, preparé una cena resultona que no fuera complicada de cocinar, y atendiendo a lo que pensé que la gustaría a Bea, me curré la cena, sacando una buena vajilla y preparando algo de música tranquila.

Por fin sonó el timbre de mi casa, era ella y estaba preciosa, a su look habitual, pañuelo en el pelo y gafas negras de pasta, la acompañaban una camisa verde oscura ajustada, con los botones superiores desabrochados y dejando entrever el inicio de un canalillo muy apetitoso, y unos pantalones negros ceñidísimos, con zapatos de tacón que realzaban su trasero.

Pasó a mi casa y nos dirigimos a cenar. Como todas nuestras citas, fue extremadamente agradable, reímos y bromeamos, aunque a Bea se la notaba muy nerviosa, su risa era amplia como siempre, pero con ese punto que denotaba falta de seguridad.

Una vez terminamos de cenar, la propuse seguir charlando en el salón para estar más cómodos y volvieron sus nervios, convirtiéndose casi en cómicos, porque tras responder con un “sí, claro”, al levantarse se golpeó con la pata de la mesa y se la cayó la silla hacia atrás con un gran estruendo.

Yo empecé a reírme por lo cómico de la situación, pero a ella se la notaba extraordinariamente violenta, no dejaba de pedirme perdón y de decirme que lo sentía, la vi tan vulnerable que no pude evitar acercarme a abrazarla para que se tranquilizara, y ya en mis brazos:

-        Perdona, es que estoy muy nerviosa, no estoy acostumbrada a esto…-confesó.

-        Tranquila, de verdad, no pasa nada- la dije sonriente, sujetando suavemente su cara con mis manos y mirándola a los ojos – relájate, ¿vale?

Hizo con decisión un repetitivo gesto afirmativo con la cabeza, y ese fue el momento que aproveché para sujetar nuevamente su rostro entre mis manos y besarla en los labios dulcemente, provocando en ella una amplia sonrisa que interpreté como permiso para que pasara lo que tuviera que pasar, y me lancé a ella, esta vez introduciendo mi lengua en su boca.

Ella aceptó mi beso, moviendo su lengua alrededor de la mía, y en una muestra de ternura, sentí sus manos acariciando mi espalda. Por mi parte, no tardé en pasar las mías a su culo y acerqué su cuerpo al mío, con la intención no solo de tenerla más cerca, sino también de que notara el crecimiento de mi pene, a lo que ella reaccionó también tocándome el culo de una forma infantil, posando sus manos en él, y estrujándolo como si estuviera probando un melón.

Estábamos en un escenario perfecto, la habitación donde habíamos cenado seguía a media luz y aún sonaba música jazz a tono suave, los platos del postre aún estaban en la mesa, era el lugar perfecto para mantener sexo, así que dejé de besar a Bea y empecé a desabrocharla la camisa con su aprobación tácita, ya que solamente observaba lo que hacía, y su única colaboración fue terminársela de sacar en silencio y quitarse despacio la camiseta de tirantes negra que llevaba por debajo, dejando a mi vista su pecho cubierto por un sujetador negro.

Ella misma volvió a besarme de la misma forma que antes, y con afán de que siguiéramos en tablas en cuanto a nuestra desnudez, coló sus manos por debajo de la camiseta y del jersey, si bien, dada nuestra diferencia de estatura, yo mismo me lo quité y descubrí mi torso, el cual se puso a acariciar ensimismada.

-        ¡Estás más fuerte de lo que parece! – Comentó riendo mientras apretaba mi bíceps.

Yo también reí divertido, y la hice una pose graciosa a modo de forzudo, riendo ahora ella con esa forma que tenía de reír con todas ganas y tapándose la boca.

Tras esta pequeña interrupción, volví a abrazarla, esta vez por detrás, y sin mayores complicaciones, la desabroché el sujetador, se lo quité, y empecé a gozar del tacto de sus pechos, los cuales era suaves y firmes, aunque más pequeños de lo que parecían. Sus pezones no tardaron en ponerse duros, casi tanto como estaba empezando a estar mi polla, que restregaba contra ella todo lo que podía.

Tras estas caricias, mi mano derecha suavemente fue descendiendo a lo largo de su cuerpo, haciendo una pequeña parada por su incipiente barriguita mientras besaba dulcemente su cabeza, hasta que llegué a la frontera de sus pantalones, donde con cierta dificultad, conseguí desabrochar sus ceñidísimos pantalones, bajar la cremallera, y por fin, introducirme bajo sus braguitas.

Una vez dentro de ellas, acaricié su pelito y busqué su rajita entre él, encontrándola aún seca. Me orienté bien, y desde mi posición encontré fácilmente su clítoris y se lo empecé a acariciar suavemente, solamente era una primera toma de contacto, pero me entretuve allí para averiguar si aquello la gustaba, no tardando en obtener respuesta, ya que haciendo una pequeña excursión, pasé mis dedos por los alrededores de su vagina, y comprobé que aquello estaba empezando a lubricar. En cualquier caso, acariciando su pecho con mi mano izquierda, y acariciando su clítoris con mi mano derecha, quise corroborar que estaba haciendo lo correcto, y así se lo pregunté:

-        ¿Te gusta que te toque así? -

-        Sí…- susurró.

Su respuesta me animó a seguir un poco más con lo que estaba haciendo, pero pensé que si aquello la estaba gustando, se me ocurría una cosa que la podría gustar más…, así que suavemente, descendí besando su espalda, y cuando ya quedé de rodillas tras ella, la bajé suavemente los pantalones hasta los tobillos, reanudé mis besos por sus glúteos, y ahora ya sí, bajé sus braguitas negras a la misma altura de los pantalones.

 

 

Bea permanecía inmóvil delante de mí con los pantalones y las braguitas por los tobillos, así que di continuidad a lo que estaba haciendo y seguí cubriéndola de besos el culo, que era ancho pero firme, muy bien formado y sin ningún rastro de celulitis o piel de naranja, un trasero que bordeaba la perfección, hasta que, ya saciado de disfrutar de ese precioso culo, la pedí que se sentara en la silla.

Cómicamente, fue hacia la silla limitada en sus movimientos por tener sus pantalones y ropa interior en los tobillos, pero obedeció sin decir una palabra, se sentó, y por fin se deshizo con gran dificultad de sus zapatos y de lo que le quedaba de la ropa, tras lo cual, se me quedó mirando seria, expectante, era muy excitante verla sentada en una silla con esa pose, totalmente desnuda, salvo por sus gafas de pasta negra y el pañuelo de la cabeza.

Se encontraba sentada tensamente, sin saber qué iba a pasar, pero una vez que me arrodillé delante de ella, parece que por fin lo adivinó y abrió las piernas, si bien la tuve que indicarla que se recostara un poco para poder acceder a su coño con mayor facilidad.

Su coño era una auténtica obra de arte, llevaba el vello muy cuidado y recién recortado, como denotaba de la suavidad de su entrepierna, con los labios vaginales perfectamente cerrados, solo asomando ligeramente los interiores, era imposible resistir comérselo, por eso hundí mi cabeza y empecé a besar sus partes pudendas cariñosamente en sus alrededores para dar un último beso justo en su rajita, tras lo cual la abrí los labios y puse a trabajar mi lengua, primero dando un lametazo a lo largo de su hendidura, comprobando el estado de su vagina aún seca, y después fijándome en su clítoris, lamiéndolo despacio y sin prisa, pasando mi lengua en movimientos circulares alrededor de él y jugando con él.

Bea era muy silenciosa, pero no tardé en comprobar que aquello la estaba gustando, ya que dando un descanso a mi lengua, la sustituí por mis dedos, que hicieron una pequeña visita a su vagina comprobando que aquello estaba empezando a mojarse, y los terminé empleando de nuevo en su clítoris, que ahora se veía y se notaba duro al tacto.

Tras este pequeño descanso, me empleé más a fondo, mi lengua empezó a lamerla su coño de arriba abajo, ahora ya sí que el sabor ocre de su flujo vaginal inundaba su raja, y volví a centrarme en su clítoris, más rápido que antes, añadiendo un dedo en su vagina, que entró sin ningún problema y se puso a jugar en su interior.

-        ¿Te gusta esto? – pregunté a Bea ante su silencio, manteniendo mi dedo dentro de su vagina.

-        Sí…- respondió en voz baja, casi como con miedo a reconocerlo.

Así que seguí comiéndola el coño como estaba haciendo, movimientos circulares en su clítoris, mi dedo moviéndose dentro de ella, y cuando sentí a Bea respirando más fuerte y el sonido acuoso de mi dedo entrando y saliendo de ella, fue cuando decidí que era el momento de entrar en materia.

Me puse en pie y empecé a desabrocharme lentamente el pantalón mirando fijamente a Bea, que seguía mis evoluciones con los ojos medio cerrados y la boca abierta, con mirada expectante, mientras se mantenía inmóvil, recostada en la silla, con las piernas aún abiertas mostrando su precioso coño sin complejo alguno, sus juveniles tetas subían y bajaban con su respiración, me bajé los pantalones y me los quité, quedando ante ella solamente con los calzoncillos puestos, con mi pene erecto a punto de reventarlos, Bea seguía sin perder de vista lo que tenía ante ella, y por fin terminé, lentamente desenfundé y me saqué la polla, me saqué mi ropa interior, y quedé por completo desnudo ante Bea.

Ella permanecía mirándome, como si quisiera grabar mi cuerpo en su mente a perpetuidad, a la espera una vez más de lo que quisiera hacerla, así que fui yo una vez más el que tomó la iniciativa, y tras coger un condón, y antes de colocármelo:

-        ¿Me la chupas un poco? – la propuse.

-        Vale…- respondió tímidamente, incorporándose en la silla y agarrándome la polla con una mano, se puso a cascármela.

Me la empezó a menear a unos centímetros de su cara, con aspecto científico, estirando la pielecilla hacia atrás hasta sus límites, no dejaba de observar el glande, y siguió así, como comprobando cómo funcionaba aquello, y por fin acabó dándome un beso en la punta de la polla, lo que pareció animarla, porque después ya por fin se la introdujo en la boca, sin dejar de meneármela, se notaba que no tenía mucha práctica en el sexo oral, pero era excitante observar su virginal rostro, con su pañuelo sujetándola el pelo, sus gafitas de pasta negra y mi polla en su boca.

-        ¿Lo estoy haciendo bien? Es que no sé…- de pronto me preguntó Bea, con una carita verdaderamente enternecedora.

-        No lo habías hecho antes, ¿verdad? – pregunté por comprobarlo.

-        No…solo había hecho pajas y follado…pero nunca había chupado…- respondió Bea con cara de pena.

-        No te preocupes – la animé – agárramela fuerte y pásame la lengua por la punta…así.

Bea, como buena alumna, se puso a hacer sin reparos lo que la mandaba, pasando su lengua juguetona como la sugerí.

-        Ahora aprieta los labios, y haz como si me hicieras una paja, pero con la boca…-

Obedeció y lo hizo, sin soltar mi rabo y con el puro movimiento de su cuello, me empezó a hacer una mamada que ya podría calificarse de aceptable, mejorada por los momentos en los que descansaba para lamerme el glande tal y como la había indicado anteriormente, todo junto hizo que ya mi pene estuviera completamente erecto y listo para explorar su interior, y fue cuando ya por fin me puse el condón.

Una vez más, Bea se mantuvo a la espera, esta vez sentada en la silla, en la misma posición en la que me la había chupado anteriormente, vigilante ante lo que se la venía encima.

-        Échate un poquito hacia atrás- la indiqué.

Obedeció sumisamente, y suavemente la abrí de piernas de par en par en la silla, me agarré el pene, lo dirigí hacia la abertura de su coño, y se lo introduje poco a poco.

-        ¡Ay, ay! , espera…- soltó con cara dolorida.

La obedecí y me quedé con la polla a medias dentro de ella, haciendo pequeños movimientos para ir abriendo hueco en su vagina, apoyándome en el respaldo de la silla, y acariciando el clítoris de Bea.

Poco a poco iba penetrándola cada vez más, Bea seguía con cara de dolor, pero de momento seguí aguantando mi polla dentro de ella. Aun así, preferí cambiar de táctica, coloqué sus piernas semiflexionadas en mi pecho, y de esta forma me eché sobre ella y se la volví a meter.

Sin penetrarla tan profundamente como antes, su gesto cambió y comencé a moverme con algo más de rapidez, notaba mi pene enjaulado en su vagina, pero afortunadamente, contaba con una lubricación de sus partes cada vez mejor. No obstante, no era una postura cómoda para mí, por lo que decidí volver a cambiarla de posición, esperando que ahora ya sí pudiera metérsela más dentro.

La indiqué lo que quería, y obedeció sin rechistar, se colocó a cuatro patas, con las rodillas apoyadas en el asiento, y los codos en el respaldo, y una vez se colocó de esta forma tan poco decorosa, entré en acción acariciándola el coño para comprobar el terreno. Lo que sentí no me defraudó, porque su objeto de placer estaba muy mojado y me detuve en él, primero centrándome en su clítoris, y después sin muncho preámbulo, introduciéndola dos dedos en la vagina que la entraron sin problema, gracias a que mi pene ya había dejado el camino abierto, la pregunta era hasta donde, y no iba a tardar en salir de dudas.

Me coloqué tras ella en cuclillas, ya que la diferencia de alturas hacía imposible hacer aquello de otra forma, la abrí con delicadeza sus jamoncillos y con menos suavidad, se la metí hasta que noté el tope de su vagina, y ella reaccionó con un pequeño grito de alarma al verse penetrada de esa forma tan profunda.

Aun así, mi pene no estaba al completo dentro de ella, pero estaba encajado en su vagina perfectamente, y de esta forma empecé a follarla poco a poco, se la metía lentamente desde el principio hasta el final, yo sentía todo el tacto de su vagina rozando con mi pene, y estaba seguro de que ella lo notaba igualmente a viceversa, así como que aquello la estaba gustando, ya que notaba que mis acometidas eran cada vez más sencillas gracias a la lubricación de su coño, por lo que empecé a subir el ritmo.

Estaba disfrutando mucho de follar a Bea de esa manera, su pequeño cuerpo de mujercita se contraía cada vez que llegaba al final de su vagina con mi pene, tenía agarrada una de sus tetas como si fuera un salvavidas y casi sin darme cuenta, estaba gimiendo.

Bea permanecía pasiva recibiendo mis profundas acometidas, ahora con la cabeza medio girada, creo que intentando verse ella misma follada como lo estaba siendo, cerró los ojos, abrió la boca y aceleró su respiración, que ahora también era fuerte.

La postura parecía que nos estaba gustando a ambos, pero una vez más, no era cómoda para mí, así que algo dolorido, me puse en pie y le conté lo que quería ahora.

Aparté los restos de la cena y la ayudé a subir a la mesa, colocándola de nuevo a cuatro patas, como si fuera el postre de aquella cena. Viéndola así, a cuatro patas y con el culo en pompa, la abrí el culo y hundí mi cabeza en él para pegarla un largo y fuerte lametazo a lo largo de toda la hendidura de su culo, pasé la lengua de arriba abajo en un par de ocasiones, la di un beso justo en su ojete, que ella recibió con una pequeña sacudida, y mi lengua terminó centrándose en su agujero trasero.

Bea no decía nada, así que me puso morado con su culo, la pasé la lengua por los alrededores, incluso llegué a casi penetrarla con ella, estaba seguro de que aquello no se lo habían hecho nunca, y a esa actividad anal, le añadí frotar otra vez su clítoris, y penetrarla con dos de mis dedos para que su vagina no olvidara lo que la esperaba, ya que ese no era el día de follarla el culo, así que me despedí de su ano con un fuerte beso en el mismo, me agarré la polla, y con su coño perfectamente a mi alcance, volví a penetrarla hasta que noté el fin de su vagina.

Esta vez nuestras alturas estaban más igualadas, la empujé un poquito el culo hacia abajo, de tal forma que sus tobillos estaban justo al borde de la mesa, y ella de rodillas encima de la misma, ahora podía estar un buen rato follándola así, estaba verdaderamente cómodo, y volví a jadear, aquello me estaba gustando, y más cuando ella misma también empezó a jadear a su forma, bajito, sin querer llamar la atención, y decidió tomar la iniciativa, ya que ella misma empezó a penetrarse moviendo su cintura.

Viendo que mis manos ya no hacían falta en sus caderas, la di un pequeño azote y mis manos pasaron a agarrar sus tetas, que se acoplaban a los huecos de mis manos, y me sorprendieron por lo duros que estaban sus pezones.

-        Joder, qué bien follas Bea…sigue así…- tuve que reconocerla.

Ella no contestó verbalmente, solo se movió más rápido y jadeó al mismo ritmo y más fuerte.

-        Joder, como me gusta, sigue así, qué bien…- seguí animándola entre mis jadeos y los suyos.

Se estaba moviendo rapidísimamente, y con el rato que llevaba acariciándola y follándola, me estaba empezando a tomar como una cuestión personal que aún no se hubiera corrido.

-        Qué buenas estás Bea, sigue así que me está encantando, sigue así, sigue así…- continué.

Y por fin llegó el momento deseado. Tras sus rápidos movimientos, se quedó prácticamente parada, con la boca abierta y los ojos cerrados, y supe que debía ayudarla, así que sustituí su anterior iniciativa, y fue yo el que con mis movimientos de cadera se puso a follarla a una velocidad vertiginosa, y en unos breves instantes, soltó un pequeño y cortado gemido, acompañado de unos movimientos incontrolados sin que yo dejara de penetrarla, nuevo gemido corto y agudo de Bea, y la dejé la polla dentro, observando esos movimientos involuntarios y su pequeño y prieto culito.

La saqué la polla notando como se deslizaba por su vagina y observando como a través de un fino hilo de flujo vaginal se mantenían unidos mi pene y su coño, no pude evitar acariciárselo al ver cómo su pequeña cueva de placer aparecía ahora tan abierta tras haber soportado mis embestidas, lo noté extraordinariamente mojado, casi chorreante tras acariciar brevemente su clítoris, y aprovechando tan inusual lubricación la introduje dos dedos en el conducto que anteriormente había sido horadado por mi pene.

Ella seguía dejándose hacer, tenía la sensación de que Bea haría todo lo que la pidiera, pero sobre todo quería que ella disfrutara, así con un pequeño azote, la indiqué que se diera la vuelta, y se tumbara boca arriba en la mesa. La penetré sin ninguna dificultad hasta el tope de su vagina y ella lo recibió encogiéndose y abriendo los ojos como platos al sentir lo que se la había colado en su interior.

La coloqué sus suaves y pequeñas piernas semiflexionadas en mi torso y, sujetándola de las caderas con ambas manos, la dejé casi al borde de la mesa y me puse a follarla poco a poco, asentándome en mi posición y marcando la dirección de mi pene dentro de Bea, quien una vez que se acostumbró al grosor de mi pene en su vagina, me miraba con los ojos entrecerrados tras sus gafas de pasta negra, aguantando estoicamente mis envestidas.

Una vez que ambos nos sentimos cómodos follando de esta manera, aceleré poco a poco, Bea tenía como puntos de apoyo su espalda sobre la mesa, mis brazos sujetando su maravilloso culo, y mi pene encajándose a la perfección en su coño, y dándose cuenta de que sus manos estaban libres, empezó a acariciarse los pechos, juntándolos y acariciándose suavemente los pezones sin quitarme los ojos de encima.

-        Me encanta que hagas eso…tienes unas tetas para comérselas…- la espeté mientras con un golpe de cadera volvía a sentir los límites de su vagina.

Ella no respondió, simplemente abrió la boca como si fuera a decir algo, pero se quedó sin palabras, simplemente se quedó con la boca abierta y los ojos cerrados en una extraña mueca entre placer y dolor, decidí acelerar un poco más, las patas de la mesa empezaban a moverse peligrosamente, pero en ese momento, esa no era mi preocupación.

-        ¿Te gusta que te folle así? – pregunté sin dejar de penetrarla.

La respuesta se hizo esperar, Bea estaba en tensión, como debatiéndose entre dos decisiones de gran importancia y de repente, cuando no esperaba contestación alguna:

-        Sí…muchísimo…- escuché de forma entrecortada y apenas audible, debido a su fuerte respiración.

Su dulce rostro ahora aparecía estropeado, sacaba su mandíbula hacia fuera en una extraña mueca y su respiración fuerte se había convertido en un repetido sonido de –U- interrumpido por cada una de mis envestidas, yo estaba cansado de sujetar su trasero y decidí tumbarla por completo en la mesa y pasar a follarla sin ninguna contemplación.

Bea no tardó en reaccionar al verse penetrada de una forma tan salvaje y lanzó un pequeño grito que pareció de dolor, pero ante mi primera duda, ella corroboró que no era eso sino todo lo contrario, agarró mi culo con ambas manos, y de nuevo con la boca abierta de par en par y con los ojos cerrados, se quedó callada y solo rompió su silencio para lanzar otro grito, tras lo cual enlazó sus piernas en torno a mí, sujetando con fuerza mi rostro frente al suyo, y mirándome fijamente con la boca formando una perfecta ojo, su rostro, que parecía de sorpresa, se puso a temblar sin que dejara de penetrarla como lo venía haciendo, tras lo cual soltó todo el aire que llevaba dentro de los pulmones, tratando de recuperar su anterior estado.

Sí amig@s, había conseguido que Bea se corriera por segunda vez.

Pero había sido a un precio muy caro, yo también estaba a punto de correrme, y tras sacar al exterior mi pene, retiré el condón y la ordené que me la meneara.

Obedeció ciegamente, la agarró, y con fuerza y decisión, se puso a pelármela a la velocidad del rayo.

-        Joder qué bien lo haces, sigue así que vas a hacer que me corra, sigue así…- la animé.

Sus meneos en mi pene no podían ser más rápidos, la cara de Bea era de concentración y tensión, por mi parte, eché la cabeza hacia atrás, disfrutando de la paja que me estaba haciendo, sintiendo como estaba a punto de correrme.

-        Sigue así, sigue así, estoy a punto de correrme, así me gustaaaa-

Y así terminé corriéndome, sentía la leche saliendo a borbotones sin que Bea dejara de pelármela con la misma fuerza y decisión que anteriormente, hasta que por fin me vacié por completo y por fin soltó mi falo.

Mi lefa aparecía esparcida y brillante por toda la tripita de Bea y con un enorme manchurrón sobre su vello púbico, era una buena faena.

-        Qué bien follas Bea…- la dije sonriendo, observándola desnuda sobre la mesa, con mi semen aún fresco sobre su cuerpo.

-        Gracias…- susurró jadeante- ¿Te ha gustado lo que te he hecho? – preguntó interesada.

-        Claro…- respondí, pensando a qué se refería, porque prácticamente era yo el que lo había hecho todo - ¿Y a ti?

-        Muchísimo…nunca había follado así…con mi ex nunca me corría…- contestó sonriendo alegre y aún jadeando – aunque no me esperaba que no me pudiera caber…- añadió casi a modo de escusa.

-        No pasa nada – la tranquilicé.

Ella sonrió dulcemente, se recostó, me dio un beso en la boca.

-        Voy al baño a limpiarme…-

Fui tras ella y ambos nos limpiamos nuestros fluidos, observando cómo utilizaba el papel para retirar mi lefa de su cuerpo, tras lo cual nos pegamos una buena ducha juntos.

Esta es la historia de mi primera vez con Bea, una preciosa e inexperta mujer de veinte años a la que serví de maestro sexual. A pesar de que seguimos viéndonos durante algo más de un mes, ella buscaba en mi un tipo de relación de pareja que yo no podía ofrecerla, así que decidimos mantener una buena amistad, que espero que se mantenga.