viernes, 29 de septiembre de 2023

Mi madurita ex compañera de trabajo

 ¡Hola amig@s!

No hace mucho os hice una pequeña consulta sobre qué os gustaba más del blog y la mayoría me pedisteis que publicara más relatos eróticos, así que como siempre en este blog vosotr@s tenéis la última palabra, hoy os voy a contar mi pequeño “affaire” con Pilar.

Durante mi época de estudiante, llegaban los veranos, e incluso algún invierno, en el que buscaba algún trabajillo de carácter temporal para ganarme un dinero para mis gastos y no tener que depender de mis padres.

Pues bien, uno de esos mil trabajos basura que tuve fue el de teleoperador, un trabajo muy poco agradecido, pero del me llevé algo positivo como fue conocer a Pilar.

Pilar llevaba ya mucho tiempo trabajando en el centro y fue la que se encargó de formarme, de apoyarme, y de hacer de mi tutora, razones por las que no tardé en hacer muy buenas migas con ella, ya que pasábamos juntos la práctica totalidad de la jornada, y este roce me llevó a fijarme un poquito más en ella de lo normal…

A sus 55 años, su edad se hacía notar, aunque sabía cómo llevarla. Sus abundantes arrugas de expresión en los ojos las solucionaba con un maquillaje discreto pero efectivo, su pelo claramente canoso, lo disimulaba muy bien con una melena a la altura de las orejas siempre perfectamente peinada y teñida de negro azabache, y su incipiente chepa, además de su prominente barriga y anchas caderas, las ocultaba con vestidos que la sentaban perfectamente.

Como os decía, los dos estábamos muy unidos, pero tenía claro que ese no era el futuro que quería en mi vida, así que cuando acabó mi contrato, a pesar de que me ofrecieron renovarlo, preferí dejarlo con la excusa de que tenía que dedicarme a mis estudios universitarios.

Con Pilar la despedida fue difícil, nos dimos un fuerte abrazo y ambos nos prometimos llamarnos para seguir en contacto, ese tipo de promesas que nunca se llegan a cumplir.

Pero me equivocaba.

Un mes después de dejar mi trabajo, Pilar me llamó para preguntarme qué tal me iban las cosas, yo también la pregunté por cómo la iban a ella, por sus hijos, por su marido…el caso es que eran tantas las cosas que nos queríamos contar, que la propuse tomar un café en una cafetería a mitad de camino entre su casa y la mía.

Mi buena intención era auténtica, por aquellos entonces aún era bastante pardillo, y cuando la propuse vernos, solamente quería charlar con ella y ponernos un poco al día, pero una vez que ya habíamos quedado, mi mente calenturienta se puso en marcha y empecé a divagar y a preguntarme…y si…

Al llegar el día, la esperé en la puerta de la cafetería hasta que por fin apareció llevando un vestido negro con estampado de flores tan ajustado a su maduro cuerpo que me dejó sin palabras desde que nos saludamos, hasta el momento de sentarnos a la mesa.

Una vez sentados, empezamos a charlar de nuestras cosas, a bromear como siempre…con una sola diferencia, y es que Pilar no dejaba de parlotear y de reír incluso compulsivamente, dándome la sensación de estar extrañamente nerviosa a pesar de que seguíamos con la misma relación de amistad que cuando trabajábamos juntos.

¿Tal vez sentía que estar haciendo algo que no debería de hacer?

Esta idea se me quedó en la cabeza durante nuestra cita, y este fue el primer motivo por el que la propuse quedar la semana siguiente el mismo día y a la misma hora.

En esta segunda cita fui yo el que llegó tarde y desde lejos la divisé esperándome, con un vestido camisero blanco, muy fino, y lo más importante, muy corto por arriba, y muy corto por debajo…

Ese día me puse morado. Estaba claro que ese vestido era inapropiado para ella, en el momento en el que cruzaba las piernas, gran parte de su palidísimo muslo quedaba al descubierto, y en cuanto adoptaba una postura de escucha, por su atrevido escote asomaba lo más profundo de su blanco sujetador, a pesar de que sus pechos se veían pequeños.

No quitaba el ojo de sus piernas ni de su sujetador, y estaba completamente seguro de que ella lo sabía y no hacía nada por ocultar su intimidad. Hasta tal punto llegó el calentón que me estaba provocando, que antes de irnos la tuve que entretener para no levantarme de la mesa totalmente empalmado…

Estas citas se sucedieron de la misma forma durante 7 semanas, pero en la octava iba a ocurrir algo especial.

En cada una de nuestras citas llegaba a casa con unos calentones de tal magnitud, que nada más llegar me tenía que masturbar, y un buen día, antes de mi tarea diaria, mis padres me comunicaron que se iban a ir una semana al pueblo.

Esa era una oportunidad única. Esa semana invitaría a Pilar a tomar el café en mi casa…y a ver qué pasa.

Como ya os he contado, por aquella época era un auténtico cenutrio, excesivamente tímido y retraído con las mujeres cuando se trataba de sexo. Por esas razones, al llamar a Pilar para invitarla a mi casa, mi corazón latía a mil con cada uno de los tonos de llamada de su móvil, hasta que escuché su voz y extrañamente me tranquilicé, me poseyó esa calma que hoy día poseo en mis relaciones sexuales, y la hice mi propuesta sin ningún titubeo y sin ningún miedo al rechazo.

Sin embargo, el titubeo vino por parte de Pilar, quien, tras verse sorprendida por mi propuesta, acabó aceptando.

¡Bien!  El martes Pilar estaría en mi casa…

Por fin llegó el día y bajé a buscarla al lugar en el que habíamos quedado, cerca de donde vivía.

Era un día otoñal de noviembre en mi ciudad, pero el frescor del ambiente no era nada comparado con la calentura de mi cuerpo, solo de pensar en lo que podría pasar en mi casa con Pilar, ya se me ponía dura…

Por fin la vi aparecer a lo lejos. Llevaba un vestido negro excesivamente ajustado a su cuerpo, medias, zapato de medio tacón y unas gafas de sol que estaban algo fuera de contexto.

Nos saludamos como siempre, con dos besos, y nos dirigimos a mi casa, que estaba justo enfrente.

Durante este breve trayecto la noté extraña, poco habladora, tensa, fijándose en la gente que nos cruzábamos y la actitud de querer ocultarse.

Por fin llegamos al portal y subimos a mi casa, y una vez dentro, se quitó las gafas de sol y pareció que se relajó durante la breve ruta turística a mi casa con los típicos comentarios positivos de quien se encuentra en ella como invitado, que terminó con una exhaustiva visita  a mi dormitorio…

A esa edad, captar las indirectas no era mi punto fuerte, pero creo que tampoco lo era el de Pilar, así que después de un rato enseñándola mis cosas, mis discos, mis libros, mi cama…sin encontrar una respuesta “fuera de lugar”, la llevé a la cocina para preparar el café.

Ya en la cocina, estuvimos charlando como hacíamos normalmente, aunque se notaba como una especie de pesada nube sobre ambos que creaba una cierta tensión que a mi inexperta edad no sabía reconocer, y que con el tiempo me enseñó la experiencia: los nervios antes de hacer algo “prohibido”.

-        El café ya está, ¿Quieres que lo tomemos aquí o en el salón? – la propuse como buen anfitrión.

-        No, aquí mismo, no prepares nada, qué más da – respondió Pilar, sentándose en una silla.

Por mi parte, serví los cafés y me senté a su lado, girando la silla para estar frente a frente. Poco a poco, el ambiente se fue haciendo más distendido, las risas fueron creciendo y por fin desapareció ese extraño ambiente que nos rodeaba. Todo marchaba como la seda.

Desde que aceptó mi proposición de venir a mi casa, me había hecho la ilusión de que entre nosotros podría pasar algo y, a pesar de la diversión, la tarde iba transcurriendo y cada vez me estaba sintiendo más estúpido al dejar pasar una oportunidad como aquella para lanzarme a Pilar, pero me avergonzaba seriamente que me dijera que no.

A la situación en la que me encontraba no ayudaba nada el hecho de que cada vez que Pilar cruzaba las piernas, asomaran las ligas de sus medias…

Pero si había algo claro era que lo tenía que intentar, pasara lo que pasara, era una ocasión única, y justo en el momento en el que estaba pensando esto, vi mi oportunidad, y en medio de un rato de risa, puse una mano sobre su rodilla como sin darme cuenta, como un simple gesto de complicidad.

Una vez que Pilar volvió a la serenidad, pareció darse cuenta de que mi mano seguía en el mismo sitio y que ese gesto iba más allá de la confianza, creo que por esa razón colocó una mano sobre la mía, dejándome con la duda de si ese era un gesto que indicaba que no debía seguir con mi aventura, o si, por el contrario, indicaba que no la moviera de donde estaba.

En cualquier caso, seguimos charlando y yo no moví mi mano de donde estaba. Sintiendo el tacto de la media, su mano sobre la mía y disfrutando de la vista de la liga de las medias asomando por su muslo, la iba haciendo caricias suaves con su permiso implícito…

La situación había alcanzado una especie de estatus quo, Pilar actuaba como si allí no estuviera pasando nada y seguía charlando divertida, pero se la notaba nerviosa, incluso yo lo había notado, y apareció de nuevo otra oportunidad para dar un paso más hacia mi objetivo.

Pilar estalló en risas con uno de mis comentarios e hizo un gesto muy suyo que era celebrarlo con una pequeña palmada, dejando mi mano liberada de la suya, lo que aproveché para subirla suavemente hasta medio muslo, justo lo que me permitió lo ajustado de su vestido, llegando al punto en el que la liga de su media dejaba ver una parte de su carne.

Esta vez a Pilar se la cortó la risa a medias, y casi como un acto reflejo, colocó otra vez su mano sobre la mía, esta vez sí que con la intención de que no siguiera hacia arriba.

Por un momento pensé que aquello terminaba ahí, que Pilar me iba a rechazar de una forma educada, abandonaría mi casa y nuestras citas finalizarían, pero para mi sorpresa, eso no fue lo que pasó, sino que simplemente dejó su mano sobre la mía, sin hacer ningún comentario, desconcertándome por completo.

Pilar volvió a la carga, me estaba contando algo a lo que no estaba prestando la más mínima atención, como si no estuviera pasando nada, como si la costumbre fuera que nuestras caras se encontraran a dos palmos, como si fuera normal que la estuviera metiendo mano claramente, como si lo habitual fuera que acariciara su muslo a unos centímetros de su coño…pero una vez que volví a la conversación, me dije, ahora o nunca, y que pase lo que tenga que pasar.

-        …y el médico me ha dicho que me dé una pomada para hidratarme las manos…- estaba comentando.

Y ahí me jugué el todo por el todo. Sujeté suavemente su mano, observándola minuciosamente, justo la derecha, en la que lucía su anillo de casada.

-        Yo te la veo bien… - y me puse a besarla.

Pilar se había quedado de piedra, totalmente en silencio, así que seguí hasta que ya dije, ahora.

Me puse en pie ante ella, que me observaba expectante y con la boca abierta, sujetando cariñosamente su mano entre las mías, y se la llevé suavemente a mi entrepierna, lugar en el que mi pene llevaba ya un buen rato en total erección.

La llevé de excursión por toda la extensión de mi polla durante un buen rato, era imposible que no se diera cuenta de que estaba durísima, pero seguía sin reaccionar y sin decir palabra, lo cual ya no sabía si era bueno o malo, así que busqué ser más directo, si es que no lo estaba siendo ya.

-        ¿Notas cómo tengo la polla? – la pregunté abiertamente.

Silencio.

-        ¿Quieres que te la enseñe? – Insistí ante su pasividad.

Y asintió lenta pero decididamente con la cabeza.

¡Por fin me respondía! Y visto lo visto, no quise hacerme rogar. Me quité la camiseta y, poco a poco, me fui desabrochando el cinturón y después el pantalón. Pilar no me quitaba el ojo de encima, estaba tan callada y expectante que parecía que estaba viendo el desenlace final de una interesante película, hasta que al ver que me quitaba el pantalón y me quedaba ante ella tan solo con los calzoncillos ajustados que llevaba, que marcaban aún más si cabe la terrible erección que tenía en ese momento, puso gesto de sorpresa.

-        ¿Quieres quitármelos tú? – la sugerí, tratando de implicarla un poco en todo aquello.

Pilar ni siquiera respondió, simplemente agarró mi ropa interior y tiró hacia abajo sin ningún tipo de ceremonia, saltando mi depilada polla al exterior como un mecanismo perfecto, para finalmente aparecer ante ella completamente desnudo.

Pilar se quedó mirándome la polla absorta, como si fuera la primera vez que veía algo así.

-        ¿Te gusta? – la pregunté.

-        Sí… - contestó mientras agarraba mi polla comprobando la dureza y rigidez de la misma – nunca había visto una sin pelo… – y se echó a reír, como una niña que hubiera dicho algo travieso, iniciando un suave movimiento de masturbación.

Yo también me eché a reír por su comentario y no dije nada más, simplemente me dispuse a disfrutar de la paja que me estaba empezando a hacer. Pilar comenzó tranquila, explorando el terreno, acariciándomela con las dos manos, y fue jugando a echar hacia atrás y adelante el prepucio, para poco a poco, ir meneándomela cada vez más rápido, sonando el tintineo metálico de sus pulseras como el eco de la paja que me estaba regalando.

Miré hacia abajo para verla. Estaba cascándomela con primor, con la mano izquierda en mi muslo y con cara de interés y esfuerzo en lo que hacía, pero a pesar de que aquello me estaba encantando, yo lo que quería era follármela.

-        ¿Vamos a mi cama? – la propuse ofreciéndola mi mano caballerosamente.

-        Vale…- aceptó.

Y apoyándose en mi mano, se levantó de la silla y nos dirigimos agarrados de la mano hasta mi dormitorio, donde discretamente se quitó los zapatos y se dispuso a desabrocharse el vestido.

La cremallera era trasera y no llegaba bien, así que me acerqué a ella por detrás abrazándola y besándola el cuello, las orejas y la cabeza, y sin dejar de hacerlo, bajé la cremallera del todo,  tras lo que bajé suavemente un tirante del vestido y después el otro, para después quitarla el vestido del todo.

Por debajo de él aparecía el cuerpo de una mujer madura, una piel blanca como la leche y con arrugas, con la fofedad propia de la edad que se marcaba en aquellos lugares que sufrían la presión de las prendas que aún llevaba, una blancura corporal que resaltaba aún más debido a las medias oscuras, las grandes bragas negras que cubrían todo su trasero, y el sujetador, igualmente negro, que tras girarse para besarme, descubrí que tenía relleno al palparle esta parte del cuerpo.

Me tomé la libertad de introducir mi lengua en su boca y tras este primer beso con lengua, la tumbé boca arriba en la cama, quitándola las bragas obviando cualquier preámbulo.

Pilar quedó expectante, con aspecto de estar preguntándose qué me parecería su peludo y oscuro coño, y qué iba a pasar ahora.

Su duda se resolvió pronto.

Tomé posición y empecé a besarla dulcemente por todo su coño, pasando a ratos mi lengua por la parte que carecía de vello hasta que finalmente mi lengua acabó en su amplia raja, cuyos labios interiores asomaban al exterior entre toda la maleza, y surgió un pequeño estremecimiento en Pilar.

Mi lengua empezó a jugar con su coño, moviéndose primeramente arriba y abajo, juguetona, degustando el sabor del mismo, y una vez me hice a la idea de las dimensiones de su rajita, me centré en su clítoris.

Lentamente jugueteé con él, mi lengua hacía círculos alrededor del mismo y resultó sorprendente las dimensiones que iba cogiendo, haciendo en extremo fácil su identificación.

Pilar se encontraba inerte tumbada en la cama, como si estuviera tomando el sol, pero sus ojos cerrados y ciertos espasmos, me hacían ver, incluso desde mi inexperiencia, que aquello la estaba gustando.

Separé aún más sus piernas y redoblé mis esfuerzos en su clítoris, lamiéndoselo más rápido y fuertemente, me estaba esforzando todo lo que podía, pero no tardé en cansarme y me di un pequeño descanso, así que apartándome de su coño y tras retirar de mi boca algún que otro pelo púbico, introduje un dedo en su húmeda vagina para masturbarla de esta manera.

-        ¿Te gusta? – quise indagar.

-        Mete otro… - respondió Pilar jadeante.

Y eso hice, la metí dos dedos en la vagina y la empecé a masturbar así, ahora más rápido, metiéndolos y sacándolos. Pilar seguía igual, tumbada como una momia con los ojos cerrados, aunque ahora su respiración era más agitada.

De repente me sorprendió, cogió mi cabeza y con firmeza la condujo a su entrepierna. No me costó captar el mensaje y mi lengua se puso a trabajar a pleno rendimiento en su clítoris, moviéndose todo lo rápido que podía, animado por un gemido de Pilar unido a un tirón de mi pelo.

-        Ponte un condón… - me pareció escuchar entre sus suspiros.

Estaba deseando metérsela e inmediatamente lo tenía puesto, y dado que Pilar no se había movido, entendí que quería hacer un misionero, lo que no me importó, porque yo lo que quería era follar.

-        Hacía mucho que no me hacían un cunnilingus…y ni me acuerdo de cuando me gustó tanto… - comentó Pilar sonriente mientras me acomodaba sobre ella.

-        Tienes un coño delicioso… - no pude más que responder.

Pilar me agarró la polla comprobando que estaba en plenas condiciones para penetrarla y se la dirigió a la entrada del coño, tras lo que, con un pequeño golpe de riñón por mi parte, entró bien dentro de ella, que lo recibió con un sonoro –oh-, agarrándome el culo como si fuera su único salvavidas.

Me empecé a mover poco a poco, sintiendo plenamente las paredes de su vagina adaptándose a mi polla, penetrándola sin problema gracias a la eficiente lubricación de su coño. Mis acometidas eran cada vez más profundas y Pilar las recibía con las piernas abiertas y con un apretón en mi culo cada vez que llegaba hasta los límites de su interior, pero a medida que la velocidad avanzaba, el apretón en el culo se convirtió en perenne y aparecieron esporádicos gemidos entre sus suspiros.

La cambié de posición y coloqué sus piernas apoyadas en mi pecho, se la metí de esta forma y la reacción no se hizo esperar. Tras abrir la boca de par en par en par y lanzar un profundo -oh-, añadió:

-        Esto me va a gustar mucho…- 

Abriéndome poco a poco hueco en su interior en esta nueva posición, Pilar me recibía expulsando aire lentamente, como si fuera a dar a luz, y con los ojos cerrados, concentrada en lo que la estaba haciendo, y una vez que el camino ya estaba de nuevo hecho, se la metí hasta el fondo con un certero golpe de riñón.

Esto provocó que Pilar abriera la boca y los ojos de par en par, con una expresión equidistante entre la sorpresa y el pánico.

-        Que dentro está, por Dios…- susurró a modo de comentario.

Me mantuve por un momento dentro de ella para que disfrutara de esa sensación de sentirse tan llena.

-        Joder, tienes un coño perfecto, Pilar…- la intenté agasajar.

Tras este conato de conversación, aceleré y me puse a follarla salvajemente. Pilar, desde el inicio de esta nueva serie de penetraciones, empezó a emitir grititos cortos y sus manos abandonaron mi culo para agarrarse fuertemente al cabecero de la cama, nuevamente cerró los ojos y ahora sí, se dejó llevar hasta su primer orgasmo, que con una tonalidad in crescendo, llegó así.

-        ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Me llega! ¡Me llega! ¡Ahí viene! ¡Ahí vieneeeeeeee!

Ese último “ahí viene” se prolongó indefinidamente, y de forma simultánea surgieron unos pequeños temblores, que terminaron justo con la desaparición de la última –e- con un último susurro:

-        Qué bueno…-

Tras este primer orgasmo, Pilar ladeó la cabeza y quedó inerte con una expresión risueña que interpreté de satisfacción. Yo no había dejado de follarla como lo estaba haciendo durante su orgasmo, pero en ese momento llegué a sentir temor de que, tras haberse corrido, me fuera a dejar a mí a medias. No tardé en comprobar que me equivocaba por completo.

-        Déjame a mí encima…- susurró casi de forma inaudible.

La obedecí y rodé para situarme a su lado. Pilar reaccionó poco a poco, con lentitud escaló sobre mí y, sujetando mi polla fuertemente con su mano, la dirigió hacia su coño, donde una vez en la entrada de su vagina, ella misma se fue penetrando.

Mi mirada pasó a su rostro. Ojos cerrados, los labios echados hacia fuera como si pretendiera lanzar un beso al aire, cara de auténtica concentración, o más bien de placer, pretendiendo disfrutar lentamente de como mi polla se abría poco a poco paso en su interior y se volvía a adaptar perfectamente a su vagina, hasta que por fin llegó al fondo, momento en el que Pilar abrió los ojos y la boca para emitir un primer suspiro.

Tras un breve intercambio de miradas, apoyó sus brazos en mi pecho para encontrar un punto de apoyo para cabalgarme, momento en el que me di cuenta de que necesitaba algo para sobar, así que la desabroché el sujetador que aún llevaba. Ante mi aparecieron un par de tetas totalmente exprimidas, fofas y arrugadas, con unos pequeños pezones colgantes, que a pesar de la falta de estética, resultaron útiles, ya que en cuanto me metí en la boca esos pechos maduros, Pilar volvió a suspirar y a moverse con una mayor rapidez.

Para ello, se volvió a agarrar al cabecero de la cama, dejándome acariciar y lamer los pellejos que tenía por tetas, justo cuando empezó a cabalgarme tan rápido como podía, sintiendo como mi polla se movía en su interior como Pedro por su casa y sintiendo los límites de su vagina.

Aquello me estaba encantando, y para animarla aún más, una de mis manos fue a su culo y la di un par de azotes sin intención, aunque ella se lo tomó como si quisiera que me follara más rápido, ya que inmediatamente se irguió y esta vez se agarró a la parte superior del cabecero, apartándome sus pechos, pero ahora ya sí que moviéndose sin control.

Por mí no había problema, había agarrado su culo firmemente y estaba siendo un gustazo sobarlo, aún podía aguantar bastante más follando, pero no sabía lo que Pilar podría aguantar así, ya que sus jadeos estaban empezando a denotar cansancio, pero no tardé en descubrir que a pesar de ello, lo estaba disfrutando enormemente.

-        ¡Ay Dios! ¡Me va a venir otro! ¡Me va a venir otro!

Tras un buen rato cabalgándome, parecía que Pilar iba a tener un segundo orgasmo. Sus movimientos se estaban volviendo desacompasados y sus jadeos se habían transformado en gemidos que iban in crescendo, hasta que en su nivel más alto se interrumpieron.

-        Me voy a correr otra vez…me voy a correr otra vez… - empezó a anunciar.

-        Vamos, quiero ver cómo te corres…- la animé, tomando la iniciativa en el folleteo y dejándola a ella disfrutar de su orgasmo.

-        ¡Ay! ¡Ay! … Me corro…me corro… ¡Me corro! ¡Me corro! ¡¡¡¡Me corrooooooooooo!!!!

Y así tuvo su segundo orgasmo. Esta vez su cuerpo convulsionó, alargándose la última vocal indefinidamente, que se entrecortaba por mis repetidas penetraciones, y una vez que se terminó de correr, se dejó caer a mi lado, con aspecto realmente cansado y una pequeña babilla escurriéndola por la comisura de la boca.

Estaba claro que este segundo orgasmo la había dejado destrozada.

-        Qué bueno… - comentó tirada de lado en la cama, tratando de tomar aire – Ufffff…no puedo más…

¿Cómo? De eso nada, ella ya se había corrido dos veces y yo aún tenía cuerda para seguir follando, así que la dije.

-        Pues yo aún no me he corrido…y mira cómo la tengo… - la dije a modo de advertencia.

-        Me tienes destrozada… yo ya no tengo edad…- añadió tras observar el estado de mi polla.

-        De eso nada…me pones a mil, Pilar…ponte a cuatro patas – la ordené decididamente.

Tras valorarlo por un momento, lentamente se colocó como yo quería, exactamente a cuatro patas, mostrándose indefensa ante lo que viniera.

Me encantaba verla así, con el culo en pompa, la cabeza bien apoyada en el colchón, y su vello púbico adornando el puente que formaban sus piernas, que permanecían adornadas por sus medias negras, su única prenda.

Entonces la separé bien los muslos, me agarré la polla, que permanecía dura como una piedra, y la coloqué en la entrada a su vagina. Una vez que mi pene estaba en la rampa de salida, sujeté fuertemente su cintura, y se la metí hasta dentro.

-        ¡¡¡Aaaaaaaaahhhh!!!- gritó Pilar, quien, tras sentirse tan profundamente penetrada, alzó la cabeza como un perrito alarmado.

-        Tranquila…- la susurré apaciguadoramente, acariciándola su blanquísimo culo con ambas manos.

-        Uffff… poco a poco…- añadió ella.

Me mantuve en esa posición, ya que me resultaba extremadamente placentero tener mi polla totalmente dentro de ella, sintiendo su vagina apretándome el pene, pero no tardé en sacársela hasta el borde para volvérsela a meter lentamente hasta dentro, recibiéndome ella con un gemido.

Repetí esta maniobra varias veces, abriendo camino en su vagina, y una vez que la vía ya estaba clara, empecé a acelerar el ritmo.

Más relajada, Pilar volvió a agachar la cabeza, como un animal manso, empinando el culo todo lo que podía, dada la diferencia de alturas entre ella y yo.

Aquello era fabuloso. Tenía ante mí a Pilar, a sus 55 años, dejándose follar a cuatro patas por mí, gimiendo con cada una de mis acometidas tras haber tenido ya dos orgasmos. Masajeaba su blanquísimo culo, abriéndole los jamones y divisando un ojete oscuro con algún pelo que otro, al igual que su raja del culo, y acariciaba de refilón sus colgantes tetas, sin dejar de observar el bamboleo de su oscura melena, siempre espléndidamente peinada salvo en esta ocasión, en la que el pelo la caía sin orden por la cara, rebotando con cada uno de mis movimientos.

Absorto en las vistas, el aumento de los gemidos de Pilar me devolvió al asunto en el que estábamos, de hecho, ni siquiera me había dado cuenta de que Pilar había asumido el mando, agitaba su trasero contra mi polla de tal forma que hacía innecesario que yo me moviera.

Pilar se agitaba con un ritmo frenético, el golpeteo de su culo contra mi abdomen provocaba una ola en su trasero, y sus gemidos se habían convertido en gritos de placer.

-        ¡Oh, joder! ¡Qué bien follas Pilar! Sigue así, me está encantando como me follas, estoy a punto de correrme…- quise hacerla saber, tras lo que la di un par de sonoras palmadas en el trasero.

Su reacción fue seguir con sus incontrolados gemidos, follándome con aún más energía.

-        Dios…otra vez me voy a correr…aquí viene…aquí viene…- empezó suavemente, y de forma abrupta, empezó a gritar - ¡Me corro! ¡Me corro!... ¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhh!!!!

Tercer orgasmo.

En esta ocasión sentí miedo por mis vecinos, esos gritos debían de ser audibles en todos pisos del edificio.

Sin embargo, seguíamos Pilar y yo solos en el dormitorio, y ella se estaba corriendo de una forma increíble. Había puesto todo su cuerpo en tensión, parecería una estatua de sal por la rigidez de su cuerpo, salvo por los temblores que sufría y que la recorrían de arriba abajo.

Como os decía, estaba cerca de correrme yo también, por lo que sustituí su iniciativa por la mía, penetrándola hasta el fondo brutalmente hasta que finalizó el orgasmo de mi acompañante soltando todo el aire de sus pulmones en un gemido brutal, tras el que se tumbó en la cama con aspecto de estar al borde del agotamiento y susurrando en tono de disculpa.

-        No puedo más, no puedo más…-

De eso nada, pensé, yo me voy a correr de una forma o de otra, así que a la vista de que estaba a puntito, retiré de un tirón el condón que estaba usando, y moviéndome a su lado, la dije con decisión:

-        Chúpamela, me queda poco para correrme.

Sumisamente, se recostó de lado, y tras apartarse el pelo que la caía en la cara, agarró suavemente mi polla y se la introdujo en la boca, mientras yo sobaba sus colgantes pechos.

Nada más sentir la humedad de su cavidad bucal y los primeros jugueteos de su lengua con mi glande, empecé a sentir la necesidad de correrme, y así se lo hice saber.

-        Sigue así, sigue…sigue, estoy ya casi a punto, sigue…

Pilar empezó ahí a mamármela en serio, apoyándose en un brazo sobre el colchón, usando la otra mano para sujetarse la melena detrás de las orejas, y utilizando simplemente su boca y sus movimientos de cuello para ofrecerme una sobria mamada, que además presentía breve, ya que empezaba a sentir cómo mi esperma se estaba acumulando en mis genitales.

-        Que bien la chupas…me voy a correr, me voy a correr…- llegué a susurrar.

Y entonces llegó el primer estremecimiento, en el que me corrí directamente dentro de su boca, aunque rápidamente, Pilar se la sacó y terminó de hacerme correr con su mano, esparciéndose mi semen entre el colchón y parte de su cuerpo, para terminar mi corrida goteando por la mano con la que me masturbaba.

Una vez que terminé de correrme, Pilar me miró a los ojos sonriente, y señalándose la boca, se levantó silenciosamente rumbo al cuarto de baño, donde la escuché enjuagarse y lavarse el cuerpo en el lavabo.

Por mi parte, me había tumbado en la cama rendido. Tras correrme, me había sobrevenido todo el cansancio producido por la larga y satisfactoria sesión de sexo que acababa de mantener con Pilar, y así, totalmente desnudo en la cama, recibí a mi querida ex compañera de trabajo cuando regresó del baño.

-        Ay…me has dejado destrozada…- suspiró tumbándose a mi lado, desnuda al igual que yo.

-        Y tú a mí…no me imaginaba que follaras tan bien…- la comenté con total sinceridad.

-        Lo que no me imaginaba yo es que tuvieras esta pedazo de cosa aquí…- añadió divertida, agarrándome la polla sonriente y besándome en la mejilla.

-        Pues…creo que deberíamos de repetir otro día… ¿no crees? – la propuse.

-        Claro que sí…- aceptó sonriente – Ya buscaré cómo engañar a mi marido…

Y sí que repetimos. En mi casa, en hoteles, incluso en un par de ocasiones en su casa, pero aquello acabó. Aún hoy, muchos años después y ya distanciados, todavía mantenemos cierto contacto en cumpleaños y festividades, pero desde luego, en mi recuerdo siempre quedarán aquellos fabulosos meses de folleteo con Pilar, mi madurita ex compañera de trabajo.