viernes, 22 de agosto de 2025

Mi primera vez con una "abuelita"

¡Muy buenas amig@s!

Como llevo haciendo últimamente, os voy a seguir hablando de mis “primeras” veces, y hoy toca contaros cómo me follé a mi primera “abuelita”.

Por aquellos entonces contaba con 21 años y estaba totalmente desatado, aún era joven y ya tenía acumulada una experiencia sexual que la gran mayoría de personas ni siquiera soñaría con llegar a alcanzar durante toda su vida, todo ello gracias, entre otras cosas, a que tuve la suerte de conocer parejas liberales con las que disfruté de unas sesiones de sexo salvaje y cargadas de complicidad, que además me llevó a conocer personas maravillosas y encantadoras, como es el caso de Lucía y Paco.

La forma de conocernos fue bastante curiosa.

Recuerdo que era un sábado por la mañana cuando sonó mi móvil, apareciendo en pantalla un teléfono que no conocía. Afortunadamente, decidí cogerlo:

-        ¿Sí?

Un segundo de silencio.

-        Hola…me llamo Lucía…no me conoces, pero me ha dado tu teléfono Elisabeth…- contestó una voz al otro lado de la línea.

Esa frase me dejó sin palabras. No estaba preparado para ese tipo de conversación un sábado a primera hora cuando aún no había llegado ni a desayunar, pero mi aún atontado cerebro reaccionó a la referencia a la que aludía mi interlocutora, ya que Elisabeth era el lado femenino de una de las parejas con las que habitualmente mantenía relaciones sexuales.

-        ¡Ah sí! ¡Eli! Sí claro, cuéntame...- respondí una vez que ya me centré en la conversación.

-        Sí, mira…Elisabeth es también amiga nuestra…- un parón valorativo en sus palabras - ya sabes…

Lo sabía perfectamente, pero parecía que esta mujer necesitaba de alguna forma dejar claro para qué me estaba llamando.

-        Sí claro…bueno…me lo imagino – empecé a reír telefónicamente.

Mi risa se contagió a mi interlocutora, ya que también la escuché reír al otro lado, y cuando por fin terminó, continuó.

-        Vale, vale, creo que los dos hablamos de lo mismo – ambos nos volvimos a reír – Te llamaba porque la consultamos…y nos habló de ti…y bueno, no sé si podrías quedar para conocernos…

La cosa se ponía bien.

-        ¡Por supuesto! ¿Cuándo os viene bien? – pregunté sin dudarlo.

-        Pues…si puedes, esta misma mañana podríamos vernos… ¿Puedes quedar?

¡Vaya! Pensé. Parecía que les corría prisa conocernos…pero teniendo en cuenta que hasta la noche no tenía nada que hacer, me lancé a la piscina y quedé con ellos en un lugar cercano a mi casa tan solo una hora más tarde, dándola una descripción de la ropa que llevaría puesta para que me pudieran reconocer.

-        Lo único…una cosa… - interrumpió la despedida la mujer que se hacía llamar Lucía – no somos ningunos jovencitos…espero que no te asustes… - terminó advirtiéndome.

-        No te preocupes por eso, la edad no es un problema para mí, tomamos un café, nos conocemos, y si surge algo, genial, y si no surge nada, estaré encantado de haberos conocido.

-        ¡Luego no digas que no te avisamos! – empezó a reír divertida – Nos vemos en un ratito, ¿vale?

Y así nos despedimos.

A la vista de que iba a llegar bastante apurado a nuestra cita, desayuné a toda prisa y me metí en la ducha con la tostada en la boca, y ya con el agua sobre mi cuerpo, me puse a pensar… ¿De qué edad estábamos hablando? Su voz a través del teléfono parecía que provenía de una persona de edad muy avanzada, pero no había pensado en ello, ya sabéis que los altavoces muchas veces hacen irreconocibles la voz de las personas más cercanas, pero en ese momento, mucho más calmado y con la cabeza más despierta, y en base a su advertencia, empecé a darlo vueltas… ¿no serían demasiado mayores para mí? ¿Me atraerían sexualmente? Estas suelen ser las dudas que se tienen antes de conocer a alguna pareja interesada en conocernos en el sentido más bíblico de la palabra, pero en este caso en concreto, eran unas dudas más que razonables, pero no tardé en responderme a mí mismo: ya habíamos quedado y nunca había sido tan poco serio como para faltar a una cita, así que acudiría al lugar acordado y que fuera lo que Dios quisiera.

Una vez fuera de la ducha, me vestí a toda prisa y salí casi corriendo al lugar donde habíamos quedado, de hecho, me apresuré tanto, que llegué antes de la hora convenida, así que me pedí un café con leche, y una vez servido, me dirigí a la mesa más alejada y discreta de todo el local.

Mientras esperaba sentado a que se enfriase el café ardiendo que me habían servido, dirigía discretas miradas al local desde mi semioculta posición por si aparecía la tal Lucía y el tal Paco, sin que se acercara nadie salvo una señora de edad avanzada y paso vacilante.

-        Hola… ¿Eres R? – preguntó la señora.

-        Pues…sí…soy yo… - respondí sobrepasado por las circunstancias – Lucía, ¿Verdad? ¿Qué tal? – añadí sonriente, dándola dos besos a modo de presentación.

Madre mía, pensé. No mentía cuando me avisó de su edad. La señora a quien acababa de besar estaba seguro de que andaría cerca de los 70 años, si no los había cumplido ya.

-        ¡Paco! – empezó a llamar agitando un brazo adornado con varias pulseras de oro, dirigiéndose a un señor de su misma edad que se encontraba pidiendo en la barra - ¡Trae los cafés aquí! – le indicó.

Yo me encontraba de pie junto a la recién llegada señora observando la situación, sonriendo como un tonto y con cara de circunstancias, sin saber cómo actuar, fue todo tan surrealista, que incluso la ayudé a quitarse el abrigo blanco de borreguillo que llevaba, y se lo coloqué en una de las sillas debido al respeto reverencial que me transmitía su edad, tras lo que sonriente, me dio las gracias y se sentó en la silla que se encontraba justo a mi lado.

-        Parece que Elisabeth ha acertado…- inició Lucía la conversación una vez que me senté.

-        Eli no suele fallar…- añadí riendo y haciendo que ella riera a la vez, empezando de esta forma una charla ligera e intrascendente.

-        Hola… ¿Qué tal?

Aparté los ojos de Lucía, levanté la vista, y localicé el cuerpo que me había dirigido la palabra. Era el tal Paco, un “abuelete” de edad similar a la de su mujer, con gafas doradas, recién afeitado, vestido de jersey, camisa y pantalones de pinzas, que portaba dos cafés.

Al igual que con su mujer, tampoco supe cómo reaccionar ante su avanzada edad, así que me levanté, le tendí mi mano una vez que dejó los cafés, y le saludé.

-        ¿Qué tal está usted? –

Sí amigos, le traté de usted. Sé que no era lo más apropiado para crear un clima de complicidad, pero me salió solo.

Una vez ya sentados en la mesa todas las partes implicadas, empecé a hablar con ellos, sacando diferentes conversaciones intrascendentes para intentar que aquello no se convirtiera en una entrevista y que todos nos sintiéramos a gusto cuando llegara el momento de sacar el tema que nos había llevado a donde nos encontrábamos.

Y fui yo el que lo sacó.

-        Bueno…contadme – corté la charleta bajando la voz - ¿Qué buscáis? – pregunté, tratando de ser lo más directo posible sin ser vulgar.

Lucía miró a su marido, bajó la vista, me sonrió, y en una voz casi inaudible, me expuso su situación.

-        Pues mira. Paco tiene un pequeño problemilla de salud…y en estos momentos no puede tomar la medicación que necesita para…digamos…satisfacerme. El caso es que yo necesito…eso, satisfacerme- terminó su discurso con una sonrisa pícara y haciéndome reír.

-        Vale, ok, no hace falta que me cuentes más – reímos los dos – Y… ¿Tenéis alguna experiencia en…introducir novedades entre vosotros? – pregunté a ambos.

Lucía parecía ser quien llevaba la voz cantante en la pareja, y ella misma respondió.

-        Sí claro, alguna tenemos, ya ves que te hemos llamado de parte de Elisabeth…pero nosotros no solemos estar aquí, sobre todo en invierno. Viajamos mucho durante el año, y en estas épocas nos vamos a buscar un poco el sol y el calorcito de Benidorm… - se interrumpió para reír una vez más – y allí tenemos parejas de amigos con los que…- se interrumpió – imagínatelo – culminó su respuesta con una agradable sonrisa.

Mientras Lucía hablaba, la observaba con mis cinco sentidos. A pesar de su dilatada edad, tenía un comportamiento y una cierta apariencia juvenil y coqueta, de hecho, no me había pasado desapercibido que se había pintado los labios, llevaba rimmel adornando sus pequeños y oscuros ojos, y su pelo, aunque escaso, se veía perfectamente cuidado, sin uno de los finísimos pelos de su melenita fuera de lugar, una melena en la que se apreciaba un tinte rubio casi blanco muy reciente, ya que no se podía diferenciar una sola cana en su cabello, por lo que adiviné que era clienta semanal de su peluquería de confianza.

-        Pufffff…tengo mucha imaginación, ¿eh? – bromeé con ella, haciendo reír incluso a Paco, pero mis ojos estaban puestos en su mujer, quien, a pesar de tener una piel lisa y brillante, al reírse se la marcaban unas adorables arrugas de expresión en torno a sus ojos y a la comisura de sus labios – y decidme, ¿Cómo es que me habéis llamado? ¿Qué queréis de mí?

-        Pues… - empezó Lucía, mirando a su marido con una sonrisa de circunstancias – estamos liados con los médicos de Paco, y este año no hemos podido ir a Benidorm…y como te he dicho…yo tengo mis necesidades, así que llamé a Elisabeth para conocer a alguna pareja o algún chico…y la dije que ya puestos a elegir…quería algún chiquito jovencito…y me habló de ti.

-        Espero que te hablara bien…- seguí bromeando, provocando la risa de ambos.

Ya llevábamos un buen rato conociéndonos y los cafés del extraño grupo que formábamos ya hacía un tiempo que habían desaparecido, así que llegaba el momento de decidir si continuábamos con aquello en otro momento, en otro lugar y, seguramente, de otra forma, o si, por el contrario, nos despediríamos sin que volviéramos a saber los unos del otro.

-        Bueno, entonces contadme, ¿Qué os he parecido? ¿Soy lo que buscáis? – me decidí a preguntar.

Sus miradas se cruzaron, la cara de Lucía se puso seria de repente.

-        No sé…tú sabrás…a mí me da igual – respondió Paco indiferente.

Esa contestación iluminó de alegría el rostro de Lucía, que de nuevo sonriente, colocó sin disimulo su mano en la parte superior de mi muslo, y dio su veredicto.

-        Me has gustado mucho, eres un chaval muy majo y muy guapo…te voy a decir que me has parecido aún mejor de lo que me dijo Elisabeth…- empezó a reír, golpeándome el muslo con la palma de su mano, divertida por su propio comentario.

Yo también reí satisfecho, uno también tiene su propia vanidad, y siempre resulta reconfortante y halagador que le hagan estos cumplidos.

-        Y tú, ¿Qué dices? ¿Qué te he parecido? – preguntó con cara de gran interés.

Menuda pregunta. ¿Qué podía decir? No me esperaba que esa cita me llevara a conocer a una pareja de edad tan longeva, esa señora podría ser mi abuela y no tenía nada claro que aquello fuera a funcionar, pero esa mujer tenía algo y estaba en plena época de experimentación sexual, así que decidí arriesgarme y ver qué me podría deparar esta nueva aventura.

-        Reconozco que me ha dejado un poco descolocado conocerte, pero me he sentido muy a gusto contigo…bueno, con vosotros – dije tratando de incluir a su marido – me habéis caído muy bien…y tú estás muy bien… - dije riendo.

Lucía también rio aliviada, y ahora fue ella la que se lanzó.

-        Entonces… ¿Qué te parece si quedamos esta tarde en nuestra casa? ¿Puedes sobre las 16:30 y tomamos otro café?

Con ese rostro dulce e ilusionado, no me pude negar, así que cerramos la cita y poniéndonos los tres en pie, iniciamos las despedidas, en el caso de Paco, enlazando nuestra mano como dos caballeros, y en el caso de Lucía, me entretuve un poco más, ya que, viendo que la había gustado mi inicial caballerosidad, la ayudé a ponerse el abrigo, momento en el que aproveché para obtener la respuesta a una duda que reconcomía por dentro:

-        Por cierto, Lucía, espero que no te moleste la pregunta, pero… ¿Cuántos años tienes?

Ella volvió a reír alegre, y un con una sonrisa, me contestó

-        Deberías de saber que la edad no se pregunta a una mujer – empezó divertida – pero tengo 71… ¿Y tú? – quiso saber.

Tenía claro que saber su edad me iba a impactar, pero esa respuesta fue como si me dieran un puñetazo en el estómago, ¿Cómo me iba a follar a una señora de 71 años? Aquello estaba fuera de las normas de la naturaleza.

-        Yo tengo 21… - respondí aún aturdido por la información que me acababa de dar.

-        ¡Madre mía! – reaccionó Lucía haciendo aspavientos ajena a mi agitación interior – se te ve jovencito, pero no pensaba que tanto… - y en tono cómplice, tocándome un brazo, continuó – no sabes las ganas que tengo de que lleguen las 16:30, hijo…

Y tras este comentario que me hizo reír nervioso, la extraña pareja abandonó renqueante la cafetería, observando con desolación el culo de Lucía, quien llevaba unos modernos pantalones blancos a través de los cuales se adivinaba una bragona enorme que le cubría todo el culo…

Me fui a casa y más tranquilo, me puse a reflexionar sobre lo que estaba pasando.

Una señora de 71 años quería follar conmigo, me sacaba 50 años y podría ser mi abuela. Me estaba arrepintiendo de haber tomado la decisión de quedar con ellos de una forma tan poco reflexiva, más aún de una forma tan apresurada, ya que en menos de 8 horas me habían llamado, nos habíamos conocido, e íbamos a follar, me estaba planteando llamarles para anular nuestra cita, pero decidí acudir, ya que no hacerlo sería una descortesía y una falta de respeto por mi parte.

Si no quería follar con ellos, lo debía de haber pensado antes. Ahora ya era tarde.

Una vez tomada la decisión, llegó la hora de acudir al lugar en el que habíamos quedado, y allí me dirigí, diciéndome a mí mismo que lo pasara lo mejor posible, estaba en una época en la que sexualmente estaba probando todo y hasta el momento me estaba dando resultado, así que… ¿por qué no follarme a una señora de 71 años?

Con esta idea en la cabeza, divisé a lo lejos a Paco.

El marido de Lucía me resultaba un poco perturbador, se había mantenido casi en silencio y sin interactuar en nuestro primer encuentro y tenía muy claro lo que quería su esposa, pero no lo que él buscaba.

El caso es que ahí estaba, con una gabardina, zapatos castellanos y pantalón de pinzas.

-        ¡Hola Paco! ¿Qué tal está? – os juro que no lo hacía a posta, no podía evitar dejar de tratarle de usted.

-        Hola, bien – reaccionó – ven, vamos a nuestra casa, vivimos aquí al lado…Lucía te espera. – añadió, no sé si con intención amenazadora o a modo de información.

Hacia allí nos dirigimos. Paco se mostró muy poco conversador a pesar de mis intentos, por lo que el camino hasta el edificio señorial en el que vivían, a pesar de estar situado cerca de nuestro lugar de encuentro, se me hizo eterno.

Por fin llegamos a su hogar.

-        ¡Lucía! Ya estamos aquí – anunció Paco nuestra llegada tras abrir la puerta.

Entré dentro hasta el salón, donde apareció por fin la causa de mi presencia allí.

-        ¡Hola hijo! ¿Qué tal estás? – me agaché para darla dos tiernos besos en la mejilla, informándola de que estaba bien – Estoy preparando café, lo tomabas con leche, ¿verdad?

-        Sí por favor.

Tras quitarme el abrigo, me senté en el sofá que me ofreció Paco. Se veía que mis nuevos amigos tenían dinero. El salón y la casa en general estaban decorados con clase y objetos caros, y resultaba acogedora, aunque algunos elementos como fotografías de quienes supuse sus nietos y ciertos adornos de ganchillo, expresaban la realidad de la avanzada edad de quienes habitaban allí.

No tardó en aparecer de nuevo Lucía, esta vez con un plato con pastitas y una cafetera humeante que dejó sobre la mesa, tras lo cual, se puso a trastear en un armario buscando unas tazas donde servir la bebida.

Mientras lo hacía, y a pesar de que Paco estaba sentado justo frente a mí, me puse a observar sin ningún disimulo el cuerpo de Lucía.

Para esta señalada ocasión, se había puesto zapatos de tacón, lo que la hacía cojear y dificultaba sus movimientos, aunque elevaba algunos centímetros su aproximadamente 1,50 de altura. Llevaba unos vaqueros claros y ajustados a sus anchas caderas, perfectamente combinados con una también ajustada camisa de rayas, la cual llevaba metida por dentro de sus pantalones, desbordando carne debido a la presión del pantalón, y unos pequeños bultos bajo la prenda que eran sus pechos.

En abstracto, Lucía no era un bocadito que me apeteciera morder, pero el conjunto de abuelita vestida lo más sexy que se la había ocurrido, junto con un maquillaje muy bien cuidado, estaba empezando a despertar en mí cierto morbo que no había tenido antes.

Tras esta comprobación visual, Lucía por fin cogió las tazas, y bamboleándose, sirvió amablemente los cafés, se sentó junto a mí y se inició una agradable y divertida charla sobre temas triviales y sin importancia exclusivamente entre Lucía y yo, ya que su marido estaba sentado frente a nosotros totalmente ausente, todo ello mientras comíamos pastitas y tomábamos café.

-        Espérame aquí hijo, voy a recoger esto – cortó la conversación Lucía, poniéndose en pie recogiendo tazas y platos vacíos.

-        Venga, te ayudo – me ofrecí poniéndome también en pie y recogiendo vajilla a pesar de su insistencia en que no lo hiciera al ser un invitado, pero me resultó imposible permitir que me atendiera de esa forma una señora de 71 años.

Por fin, con las manos ocupadas, fui tras ella a la cocina, observando su ancho pero fino culo, un misterio que me intrigaba desde que nos conocimos hacía tan solo unas horas, y con miedo de que cayera al suelo, ya que estaba claro que cada vez la estaba resultando más difícil caminar con los zapatos de tacón que había elegido.

Una vez en la cocina, la ayudé a colocar todo en el lavavajillas, y se puso a explicarme con todo lujo de detalles cómo había decidido decorarla.

Esa señora era verdaderamente entrañable, pero como os podéis imaginar, me interesaba poco o nada la decoración de su cocina, simplemente la miraba y hacía gestos afirmativos, negativos o admirativos según lo requiriera la situación, porque lo que realmente tenía en la cabeza era que esa mujer no estaba nada mal, que me podría divertir sexualmente con ella, que estábamos en su casa con plena libertad, y que allí había ido a lo que había ido, así que en un momento en el que se había agachado para tirar un envoltorio a la basura, me dije, ahora o nunca, así que estiré la mano, toqué su ancho culo suavemente, acercándome a ella y rodeando su cintura.

La reacción de Lucía fue de sorpresa, dio un pequeño respingo y lentamente recuperó la verticalidad, mirándome fijamente con sus pequeños ojos negros embadurnados en rimmel, como queriendo comprobar que aquello era cierto, que un chico de 21 años estaba tocándola el culo y abrazándola a ella, toda una señora de 71.

Ella no tardó en centrarse, ya que abandonando por completo lo que estaba haciendo, me sonrió y aceptó tácitamente la pinza que la estaba haciendo, acercándola a mí con ambas manos en su huesudo culo, introduciendo ella a su vez sus manos en los bolsillos traseros de mi pantalón, y una vez centrados, me agaché todo lo que pude para besarla.

Ella primero me dio un casto beso en los labios con los ojos cerrados, algo enternecedor, pero llegados a este punto, eso no me pareció suficiente, así que introduje mi lengua en su boca.

Creo que eso no se lo esperaba, ya que tardó en hacer jugar su lengua con la mía, lo cual hizo de una forma algo torpe e incómoda para mí, que trataba de excitarla pasando mi lengua por toda su cavidad bucal, pero me sentía dificultado por la lentitud de reflejos de su lengua, una excitación que no sé si llegué a contagiarla con mi beso, pero que yo sí comprobé en mí mismo con el mejor indicador de todos, mi polla en proceso de erección, así que agarrando con decisión su culo, en el cual solo apreciaba al tacto piel y hueso, la acerqué aún más a mí para que sintiera endurecerse mi pene.

Parecía que aquello ya no iba a haber quién lo parara, pero me equivocaba.

En cuanto Lucía sintió una de mis manos en su pecho, se apartó de mí sonriente y radiante de alegría, cortando en seco mis progresiones en su cuerpo.

-        Ven hijo, vamos al salón, que está allí solo Paco –

Y cogiéndome del brazo como si fuera un nieto paseando a su abuela, nos dirigimos de nuevo al salón, donde Paco seguía sentado en su silla, aunque ahora viendo la televisión, y nada más entrar, Lucía le plantó.

-        Mira Paco, me ha besado en la cocina y venimos aquí –

-        ¡Ah! Pues bien – respondió su marido, apagando la televisión y girando la silla para colocarla frente al sofá donde nos habíamos vuelto a sentar.

Pensaba que volvíamos a la casilla de salida, pero nada más lejos de la realidad.

Lucía cruzó como pudo las piernas y se giró hacia mí, acariciando sonriente mi vientre, obviando la presencia de su marido, quien sentado frente a nosotros, nos observaba.

-        ¿Por dónde íbamos? – me preguntó pícaramente.

-        Por aquí…- la respondí sonriente, colocando mi mano en su muslo, y volviendo a besarla.

Al igual que antes, su lengua se mostraba torpe frente a la mía, pero eso ya daba igual, los acontecimientos se habían desatado.

Mi mano ascendió hasta su pecho y empecé a acariciarlo, agarrándolo con firmeza, y Lucía no perdió el tiempo, ya que su mano se había colado por debajo del jersey y de la camiseta que llevaba, acariciándome el torso y el vientre, como queriendo comprobar la mercancía.

Perdidos los iniciales reparos que me suponían follar con una señora de 71 años, había llegado el momento de la verdad, el de comprobar qué había debajo de la ropa.

Con ambas manos y con la pasividad de Lucía, que me dejaba hacer expectante, empecé a desabrochar uno a uno los botones de su camisa hasta abrírsela por completo, debajo de la cual me encontré con una camiseta blanca de interior que, dado lo escueto y lo ajustado del modelo, me sirvió de preámbulo para lo que me iba a encontrar.

Seguí desnudándola, sacándola la camisa con su sumisa colaboración, y tras apartar la camiseta interior, apareció un sujetador color burdeos de lencería fina que guardaba el tesoro de sus tetas.

Me sorprendió encontrarme con un sujetador tan sexy adornando el cuerpo de una mujer de una edad tan avanzada, pero Lucía no era una abuelita cualquiera, desde el primer momento me había dado cuenta de que se cuidaba enormemente, y una vez repuesto de la inicial sorpresa, reaccioné desabrochándoselo para por fin liberar sus tetas y de esta forma, satisfacer la curiosidad que me generaba su posible aspecto.

Observé fijamente su delantera. Aquello fue como si acabara de descubrir las ruinas de una antigua civilización, algo curioso y bello, y que me hizo pensar en cómo habrían sido hace unos años.

La parte de su escote estaba arrugada y con manchas en la piel, mientras que unos pequeños michelines desbordaban por encima del pantalón debido a lo obscenamente ajustado de la prenda, la edad no perdona, pensé, pero sus tetas se veían mejor de lo que me imaginaba. De un tamaño generoso, y a pesar de estar bastante caídas, resultaban tentadoras, al estar adornadas por una aureola rosada y unos pezones que, aun en reposo, ya apuntaban a que su tamaño podría variar considerablemente.

Sin dudarlo, me lancé a sus tetas, me las metí en la boca y empecé a pasar mi lengua alternativamente por cada una de ellas, lamiendo sus pezones suavemente y metiéndomelos en la boca para succionarlos como si me estuviera amamantando, lo que provocó que Lucía emitiera un hondo suspiro y que inmediatamente sus manos empezaran a moverse nerviosamente sobre mi cuerpo, acariciando mi espalda por debajo de la ropa y tratando de introducirla sin éxito por debajo de mi pantalón para palpar mi trasero con una mano, y con la otra, volviendo a acariciar mi barriga para posteriormente centrarse en mi entrepierna, donde, tras percatarse de que bajo el pantalón había una polla dura, se entretuvo en agarrarla y apretarla, como calibrando lo que se escondía debajo de mi prenda, así como su estado.

Una vez hecha esta pequeña cata a la delantera de Lucía, una de mis manos se desplazó más al sur para hacer un par de pasadas por su tripita y su entrepierna hasta que me detuve en su pantalón y, aprovechando la habilidad de mi mano, desabroché el fino cinto de Lucía, para, a continuación, hacer lo mismo con los botones de su pantalón, abriendo la puerta a lo que me pudiera encontrar en sus partes más privadas, una puerta que traspasé para pasar mi mano por debajo de sus bragas.

Allí encontré pelo y, un poco más abajo, una vez que con cierta dificultad alcancé su clítoris, empecé a acariciárselo suavemente, sintiendo en mis dedos una gran bocanada de calor que emanaba de su vagina, y provocando en Lucía un pequeño estremecimiento.

Mientras yo evolucionaba por su cuerpo, Lucía no perdía el tiempo.

Había levantado la parte superior de mi ropa y finalmente decidí quitármela por completo, interrumpiendo momentáneamente mis caricias y lametones en sus pechos, una labor que recuperé de inmediato, volviendo ella por su parte a acariciar mi torso, mi tripa y mi espalda nerviosamente, como si se tratara de una ciega que tratara de reconocer a alguien, hasta que al parecer, satisfecha por lo que tenía delante, se centró en lo que de verdad la interesaba, mi polla, y justo cuando yo ya estaba acariciando su clítoris, empezó a tratar de meneármela por encima del pantalón, hasta que por fin se dio cuenta de que podría hacerlo sin dificultad quitándome los vaqueros, por lo que con ambas manos consiguió desabrocharme el cinturón con grandes dificultades, pero viendo frustrado su intento de desabrocharme los botones del pantalón.

-        Ay perdona, hijo, desabróchate tú el pantalón … - escuché decir a Lucía – esta artritis mía… - trató de justificarse con tono lastimero, mostrándome sus arrugadas manos.

-        Claro guapa, no te preocupes…- la respondí.

Asumí como algo normal que una mujer de 71 años no pudiera quitarme los pantalones, siempre con la esperanza de que no hubiera muchas más cosas que no pudiera hacer, porque a esas alturas estaba tan excitado que podría partir una roca con mi polla, así que para cumplir con lo que me había pedido, me puso en pie ante de ella, y empecé a desabrocharme el pantalón lentamente, botón a botón, hasta que todos ellos dejaron de cumplir su función ante la mirada expectante de Lucía, que sentada en el sofá con las tetas al aire y con el pantalón desabrochado, no dejaba de pasarse la lengua por los labios, como relamiéndose de deseo, y una vez hube terminado, me sorprendió con su iniciativa.

Con el acceso libre, se echó hacia adelante, me bajó los pantalones hasta las rodillas, y como una niña que desenvuelve sus regalos de navidad, retiró mis calzoncillos, haciendo su aparición en el juego mi perfectamente depilada polla.

-        Vaya lo que tienes aquí, hijo… - reaccionó Lucía de forma admirativa, dando una sorda palmada, sonriendo satisfecha y culminando su gesto llevándose las manos a la boca como si sintiera vergüenza de hacer semejante cumplido al calibre de la polla que tenía delante.

Sin embargo, no se amilanó.

Una vez recuperada, la agarró, echó toda la pielecilla de mi pene hacia atrás, y empezó a besarme el glande y a pasar juguetonamente su lengua por el mismo, para terminar acoplando sus labios a él y masajeármelo con la lengua.

Y ahí estaba yo amigos, a mis 21 años, en el salón de la casa de un matrimonio al que había conocido hacía tan solo unas horas, con una señora de 71 años haciéndome una serena y placentera mamada, agarrando mi polla con una mano y con la otra, acariciando mis genitales con suavidad, todo ello mientras su marido, al que le tapaba la visión mi trasero, había decidido mover su silla para no perderse lo que me hacía su mujer.

-        ¿Te gusta lo que te hago, hijo? – se interrumpió Lucía, alzando su mirada curiosa, cascándomela suavemente.

-        Ya lo creo…me la estás chupando genial… - respondí con la verdad.

Sonrió satisfecha y de nuevo pasó su lengua por los bordes de mi glande, degustándolo, para después cubrirlo de besos y lamer toda su extensión y, tras bajarme por completo los calzoncillos, cubrir de nuevo mi glande con sus labios, agitando suavemente su mano para meneármela, mientras que con su otra mano sujetaba mi culo y lo agarraba con fuerza.

Lo estaba haciendo genial, pero sería una descortesía por mi parte no devolverle el favor, así que, con suavidad, me desembaracé de ella y me arrodillé.

Ella captó rápido mi intención, ya que ella sola se bajó los pantalones y me dejó admirar los detalles de sus bragas color burdeos, la pieza que completaba el conjunto con el sujetador, mientras que por mi parte, la ayudé a terminar el trabajo, quitándola los zapatos, sacándola los pantalones y, por último, bajándola las bragas hasta los pies, dejándola sentada en el sofá completamente desnuda salvo por sus calcetines trasparentes.

Ya como Dios la trajo al mundo, y al parecer, deseosa de que culminara mi intención, se recostó en el sofá y abrió las piernas todo lo que su edad la permitió, dejando abierto de par en par su amenazante coño.

Digo amenazante porque nunca había tenido delante de mí un coño así.

Adornado por un arreglado y fino vello púbico, aparecían unos labios vaginales largos y colgantes, los cuales encerraban entre ellos un ancho y profundo agujero negro, su vagina, y sobre ella, un grueso pliegue de piel que era su clítoris en estado de relajación, hacia el cual me dirigí sin miedo ni prejuicios para empezar a jugar con mi lengua en él, sintiendo un nuevo estremecimiento en mi madurísima compañera.

Era evidente que la estaba gustando, ya que tras un primer estremecimiento, posó sus manos sobre mi cabeza, jugando suavemente con mi pelo y acariciando mi rostro, el cual tenía bien metido en su coño, no tardando en agitarse su respiración, razón por la cual mi lengua aceleró, girando alrededor de su clítoris e intercalando movimientos verticales, llegándome a atrever a introducir dos dedos en su vagina, la cual, a pesar de seguir emanando un calor propio de una calefacción central y de estar seguro de la excitación de Lucía, se mantenía más seca de lo que debería de estar, llegándome a impedir mover los dedos en su interior con comodidad.

Sin embargo, Lucía estaba disfrutando, ya que en ese momento movía su mano nerviosamente por mi cabeza, y pude entrever que la otra la servía para acariciarse los pechos.

Llevaba lamiendo su coño apenas un minuto cuando sonó un pequeño gemido que interrumpió el silencio del salón, al que siguió otro a continuación, y tras unos segundos de silencio, llegó un estremecimiento de su cuerpo, acompañado de un largo y plenamente audible gemido que me llevó a deducir que mi trabajo ahí abajo había terminado

Ahora le tocaba el turno a mi polla, algo que adivinó inmediatamente la abuelita de 71 años que me iba a follar, ya que, tras ponerme en pie, decidió solucionar su problema de sequedad vaginal.

-        Paco, tráeme el lubricante de la mesilla del dormitorio, que lo vamos a hacer aquí…- ordenó a su marido, quien mansamente salió del salón y volvió cumpliendo su misión, entregándola a su mujer el producto mientras me la mamaba de nuevo.

Una vez cumplido el recado, Paco se volvió a sentar a nuestro lado para no perderse nada de lo que iba a suceder, y su mujer vertió una generosa cantidad de gel en sus dedos, tras la cual se los introdujo en la vagina y se lo aplicó de forma experta.

Presenciar ese gesto me puso aún más caliente, por lo que apoyé mi pierna sobre el sofá de tal forma que mi polla quedara al alcance de Lucía, y ofreciéndosela, la indiqué lo que quería:

-        Chúpamela, Lucía.

No se hizo de rogar, y terminando de aplicarse el lubricante, agarró con fuerza mi pene y volvió a metérsela en boca, esta vez cerrando sus labios en torno al tronco de mi polla, mamándola con calma y parsimonia, tomándose su tiempo, lo estaba haciendo genial, y aunque mi mano estaba sujetando su cabeza, no sentí necesario hacerla ninguna indicación, ya que de esa forma estaba consiguiendo arrancarme mis primeros gemidos.

Me estaba dejando llevar por completo.

Que a mis 21 años me la estuviera chupando una abuelita de 71 mientras su marido nos observaba era algo totalmente antinatural, pero en esos momentos me sentía ajeno a la realidad, simplemente me dediqué a disfrutar del placer del momento, del rugoso tacto de las tetas de Lucía y de las suaves caricias que me prodigaba en el trasero, una vez terminó de lubricarse la vagina.

-        Joder, que bien la chupas… - sentí la necesidad confesar - ¿ya te puedo follar? – quise saber.

-        Si hijo, yo ya estoy… - dijo soltándome la polla.

Ante la inquisitiva mirada de Lucía, otra vez me puse en pie, y en cuanto se recostó en el sofá, abrí sus arrugadas piernas, dirigí mi polla al boquete que era su vagina, ahora brillante gracias al lubricante utilizado, y se la metí tan adentro como pude.

Mi polla resbaló en su interior sin dificultad, rozando suavemente las paredes enormemente dilatadas de la vagina de Lucía, transmitiendo a mi pene un calor que no era normal, y consiguiendo arrancarme un gran gemido de placer con esta primera acometida,

-        Ay hijo que polla tienes… - comentó Lucía con sorpresa tras un prolongado suspiro.

A la vista del buen resultado de este primer contacto, empecé a moverme en las entrañas de la dulce abuelita a la que me estaba follando, quien recibía mis lentas primeras acometidas con la boca abierta y los ojos cerrados, y sujetándose ella misma las piernas, aunque demostrando una gran falta de flexibilidad, algo que supuse normal en su avanzada edad.

Una vez comprobado que no tenía ningún problema en recibirme en esa postura, aumenté la velocidad de mis embestidas. Nuestras respiraciones se hicieron más pesadas y los pliegues de su cuerpo comenzaron a agitarse, así como sus tetas, las cuales no pude evitar masajear con firmeza, haciendo que Lucía abriera por fin los ojos.

-        Hacía mucho que no me llenaban así, cariño… - comentó, entre jadeo y jadeo.

 

 

 

 

 

No sé si ese “cariño” iba dirigido a mí o a Paco, quien silenciosamente permanecía sentado en una silla a nuestro lado observando con interés cómo me estaba follando a su mujer, pero me lo tomé como una señal de que podía acelerar mi ritmo, así que eso hice, y conseguí como resultado que Lucía ahora gimiera de una forma más rítmica y en una tonalidad más aguda.

-        Espera hijo… - me indicó Lucía tratando de incorporarse – déjame encima de ti, que tengo un poco mal las cervicales…- me propuso con la respiración agitada.

Me pareció una espléndida idea, y tras ayudarla a levantarse del sofá a la vista de los problemas de movilidad que manifestaba, intercambiamos los papeles.

Mientras se acercaba y escalaba como podía para sentarse sobre mí, observé con detenimiento su cuerpo, en el que los estragos de la edad habían hecho mella, como demostraban los pequeños pliegues de piel que colgaban de sus brazos y de su pequeña tripa, las pecas y arrugas de su escote, y la delgadez de sus piernas, lo que contrastaba con la anchura de sus caderas.

Finalmente, con cierta ayuda por mi parte, logró colocarse sobre mí, con una mano apartó sus colgantes labios vaginales, y con la otra, sujetó mi polla hasta dirigirla a su vagina para terminar penetrándose con ella.

Esta vez ambos gemimos a la vez, ella al sentir mi polla en sus entrañas, yo al volver a sentir el extraño calor que desprendía su vagina al ser horadada por mi miembro.

Ambos nos miramos fijamente, como sorprendidos por esa conexión de placer, y se lanzó hacia mí, obsequiándome con castos besos en los labios, algo que contrastaba con lo que estábamos haciendo, ya que en ese momento me cabalgada serenamente, acariciando mi pelo, mientras que yo sujetaba firmemente su pecho con una mano y con la otra acariciaba su arrugada pierna y su huesudo trasero.

A su lento ritmo, la respiración de Lucía se fue haciendo cada vez más pesada y sensual, ahora la veía de nuevo con los ojos cerrados, pasándose la lengua por los labios en un gesto de placer íntimo.

-        Joder como me está gustando follarte, Lucía… - tuve que decirla.

Ella no respondió, estaba centrada en disfrutar de la extraña sesión de sexo que estaba teniendo, y eso me empujó a tomar la iniciativa, mis manos fueron a su ancho y esquelético culo y me empecé a mover debajo de ella, acelerando el ritmo y profundizando más en su interior gracias a la favorecedora postura en la que nos encontrábamos.

Al verse ahora penetrada de esa forma, Lucía se irguió y soltó un suspiro ahogado, al que siguieron una serie de gemidos entrecortados por mis acometidas.

-        ¡Ay qué pollazos! – logró articular, tras lo que agarró sus colgantes tetas y empezó a chupárselas ella misma hasta que la resultó imposible continuar al no poder evitar contener sus sollozos.

Como solución, agarré yo mismo sus tetas y me las llevé a la boca para absorber sus pezones como si me fuera la vida en ello, y eso la hizo perder la cabeza.

-        ¡Ay! ¡Ay ¡Ay! – empezó a gritar, sujetándose al respaldo del sofá.

De pronto sus gemidos se apagaron y solamente se escucharon los míos, su rostro se contrajo como si estuviera sufriendo un gran dolor y su cuerpo entero tembló de placer durante unos segundos, tras los cuales se me quedó mirando seria, como si acabara de despertar de un sueño y acabara de descubrir que había un hombre 50 años más joven que ella follándola, hasta que por fin me dio uno de sus tiernos besos en los labios.

-        Qué rico, hijo…me he corrido muy bien…- confesó, como si no me hubiera dado cuenta – no sé si puedo aguantar mucho más follando…tengo una edad…- me dijo acariciándome tiernamente el rostro con cara de preocupación.

-        Ponte a cuatro patas y déjame a mí…- la respondí.

Como buenamente pudo se puso en pie y yo tras ella.

-        ¿Cómo quieres que lo hagamos? – me preguntó, totalmente desconcertada.

Se lo indiqué y se colocó como deseaba, colocando sus rodillas en el reposabrazos y los codos apoyados en varios cojines que había colocado sobre el sofá para su comodidad, en una postura que llegó a alcanzar gracias a mi ayuda. Yo me acerqué a ella por detrás, coloqué mi polla en la entrada del enorme boquete que era su vagina, y sujetando sus anchas y huesudas caderas, con un suave pero persistente golpe de cintura, introduje mi polla sin ninguna dificultad hasta el fondo de sus entrañas.

El gozo de haber metido mi polla en su interior casi en su totalidad, me hizo exhalar un largo gemido, y Lucía, al verse penetrada tan profundamente, echó su cabeza hacia atrás alarmada, emitiendo un pequeño y agudo grito.

Una vez dentro de ella, me empecé a mover lentamente por respeto a la edad de mi acompañante, pero cuando su respiración se volvió pesada, aceleré un poco más mi ritmo, consiguiendo como resultado escuchar las entrecortadas respiraciones de Lucía, como si estuviera dando a luz, lo que me motivó a acelerar aún más mis penetraciones.

Paco miraba alternativamente a su mujer y a mí con cara de sorpresa, como no terminándose de creer lo que veían sus ojos, un jovencito de 21 años follándose a su mujer delante de sus narices, y ésta, a sus 71 años, siendo follada salvajemente sobre el sofá a cuatro patas.

A la vista de los gemidos que la estaba consiguiendo arrancar, Lucía parecía estar dispuesta a aguantar lo que fuese, así que puse velocidad de crucero rumbo a correrme.

Tras esta nueva aceleración, la señora que me estaba follando lanzó un chillido entrecortado por mis penetraciones, al cual siguieron uno y otro…estaba seguro de que el volumen de su voz estaba atravesando los tabiques de la vivienda y que lo que se estaba escuchando desde esa casa iba a ser la comidilla de los vecinos, algo que supongo que Lucía debió también de pensar, ya que acabó enterrando la cabeza entre los cojines para expresar su placer a gusto.

Estaba rompiendo una línea roja follándome a esa señora, pero lo estaba disfrutando al máximo, estaba loco de excitación escuchando sus gritos ahogados y una ristra de comentarios que no llegaba a entender, metiéndosela a toda velocidad, pasando mis manos por su arrugado cuerpo, observando cómo su vagina permitía el paso de mi polla sin poner ninguna traba, sus labios vaginales bailando alrededor de mi polla al ritmo de mi follada, disfrutando de la visión de su ojete abriéndose y cerrándose con mis penetraciones, como si me retara a meterla también por su puerta trasera, viendo como colgaban los pliegues de su pequeña barriga y sus tetas, balanceándose ambas sin orden ni concierto dada la fuerza y velocidad de mis acometidas, todo ello delante de su marido, quien no apartaba sus ojos de nosotros.

En todo esto estaba pensando cuando Lucía de repente se puso en tensión, agarrando los cojines con una fuerza que no imaginaba que tuviera, tensionando sus piernas y su trasero y alzando la cabeza como un conejo que acabara de descubrir al cazador, llegué incluso a notar cómo se erizaba su piel, y tras unos segundos, su cuerpo se desmadejó por completo, siendo mis manos en su cadera lo único que la mantenía en pie, o mejor dicho, a cuatro patas.

Lucía acababa de correrse por segunda vez. Y en esta ocasión, lo había hecho a lo bestia.

Y hablando de correrse…yo estaba cerca de hacerlo, pero no veía a Lucía capaz de seguir aguantando la caña que la estaba dando a su maltrecha vagina, así que, aprovechando su estado de relajación tras su segundo orgasmo, saqué mi polla de su agujero y rodeé el sofá acercándome a ella.

-        Chúpamela para correrme, Lucía…-

Me mantuve unos segundos esperando su respuesta expectante, ya que ella se encontraba desmadejada sobre el sofá, con los ojos cerrados y tratando de recuperar la respiración, hasta que por fin, como si se despertara perezosamente de una siesta, abrió los ojos poco a poco, ubicándose en el espacio tiempo, y por fin reaccionó incorporándose lenta pero decididamente en el sofá.

-        Claro que sí, hijo, te lo has ganado…- susurró dulcemente mientras se sentaba en el sofá, agarrando firmemente mi polla y acoplando sus labios a mi glande.

No tardó en utilizar su arrugada mano para pajearme mientras pasaba su lengua por la punta de mi glande, utilizando la otra para acariciarme los huevos, agarrándolos y jugando con ellos.

-        Qué polla más rica tienes, hijo… - comentó Lucía interrumpiendo momentáneamente su mamada.

Ese juego me estaba excitando sobre manera, tanto que cada vez veía más cerca el momento de mi éxtasis, sin darme cuenta estaba gimiendo de placer, lo cual se tradujo en que Lucía se aplicara aún más a fondo en su tarea, pajeándome con fuerza, acoplando sus labios a mi polla y jugando con su lengua por los bordes de mi glande, sin descuidar ni un solo momento mis huevos, los cuales ahora sujetaba con fuerza a la base mi polla.

Estaba recibiendo esa experta y sobria mamada acariciando con una mano el pecho de Lucía y con la otra posada sobre su cabeza, sentía cómo el semen se iba agrupando a la espera de ver la luz, mis gemidos se hicieron más rápidos a medida que la lengua de la abuelita que me la estaba chupando ganaba velocidad en mi polla, y no pude aguantar más.

-        Me corro, me corro… - acerté a decir por respeto a mi feladora, apartando mi mano de su cabeza a fin de que tomara las prevenciones oportunas sobre cómo recibir mi corrida.

Pero al contrario de lo que pensaba, Lucía ni se inmutó. O bueno, sí.

Echó hacia atrás toda la pielecilla de mi pene y se puso a cascármela a toda la velocidad que la permitía su edad, en movimientos cortos y firmes, sin dejar de pasar su lengua juguetona por todo mi glande, sin dejar ni un solo rincón por explorar, y ya no pude más.

Miré hacia abajo lanzando un liberador grito de placer en el momento en el que mi primera y abundante ráfaga de semen era expulsada, cayendo en pleno rostro de Lucía, quien la recibió justo entre su ojo y su boca con un acto reflejo de protección, pero sin dejar de cascármela, la segunda ráfaga, a la que secundé con un nuevo grito de placer, cayó entre su nariz y sus labios. En cuanto a la tercera y sus correspondientes “restos”, debo decir que Lucía, a pesar de llevar toda mi corrida en la cara, no se amilanó, y recibió estos últimos restos de semen en sus labios, los cuales dejó acoplados en la punta de mi glande hasta que mi orgasmo finalizó.

-        Vaya lechada, hijo… - comentó Lucía soltando mi polla, haciéndome volver en mí.

Hice recuento de los daños.

Paco, el marido de Lucía, permanecía sentado a nuestro lado, testigo mudo del polvazo que le acababa de echar a su mujer, una señora de 71 años que le acababa de hacer una señorial mamada a un jovencito de 21, y que en ese momento se encontraba sentada en el sofá, con el rimmel corrido, el pelo, anteriormente peinado en una perfecta melena a capas con la raya al medio, totalmente despeinado, y tratando de apartarse los restos de mi corrida cercanos a su ojo, mientras que el abundante semen de mi cosecha la escurría por la comisura de la barbilla.

-        Ufffff…qué bien follas Lucía, que polvazo… - la reconocí sonriente, provocando en ella una sonrisa de satisfacción.

-        Gracias, hijo… - respondió poniéndose en pie – vamos al baño, que creo que a los dos nos hace falta una ducha… - terminó su frase, cogiéndome de la mano enternecedoramente y llevándome al cuarto de baño, donde nos dimos juntos la ducha que me había prometido.

Así culminó mi polvo con Lucía, una maravillosa señora de 71 años con una desmesurada ansia sexual, una mujer que me demostró que el sexo no es cuestión de edad, y con quien transgredí un nuevo tabú, el relativo a los años, lo que se tradujo en no fijarme nunca más ninguna barrera en ese sentido…