jueves, 27 de noviembre de 2025

Visita nocturna de mi tía

 

¡Hola amig@s!

Como ya os conté aquí, la forma en la que perdí la virginidad fue muy poco común, ya que la encargada de hacerme un hombre fue mi propia tía cuando ni siquiera había cumplido los catorce años.

Ese día, tras despedirme de mi tía Merche, salí a la calle eufórico.

Había dejado de ser virgen, y además lo había hecho con mi tía, el centro de todas mis fantasías sexuales, la mujer con quien más me había masturbado en la soledad del baño, y no solo eso, sino que había sido una experiencia maravillosa, había disfrutado a lo grande del sexo con ella, y tenía la sensación de que ella lo había hecho conmigo.

En conclusión, había sido una experiencia inolvidable.

Sin embargo, esa sensación de éxtasis, poco a poco, y casi sin darme cuenta, fue desapareciendo, siendo sustituida por otras sensaciones menos gratificantes.

Empecé a sentirme utilizado, sucio, y, sobre todo, avergonzado.

En mi mente habían surgido los remordimientos por lo que había hecho, aquello no estaba bien, había hecho algo antinatural, era algo contrario a la moral que tía y sobrino follaran juntos, y más aún cuando yo aún tenía trece años y mi tía ya había cumplido los cuarenta.

Estas oscuras ideas se terminaron apoderando de mí, no quedando ni rastro de la euforia mañanera cuando llegó la hora de volver a la casa de mis tíos.

Abrí la puerta y entré con la cabeza baja, silencioso, sin ganas de hablar ni de ver a nadie, pero nada más poner un pie en la casa, me di cuenta de que eso no iba a ser posible, ya que se escuchaba el sonido de la televisión.

No podía irme a dormir sin más, así que me dirigí hacia el salón y allí estaban ellos, mi tío, a cuya mujer me había follado hacía tan solo unas horas, sentado en el sofá, y mi tía Merche, el objeto de mi deseo y a la vez causa de mi malestar, sentada en el otro sofá con una bata muy escasa de tela.

Aquello iba a ser duro…y Merche no me lo iba a poner fácil.

Una vez dentro del salón, saludé con toda la naturalidad de la que fui capaz

-        ¡Hola tesoro! ¿Qué tal el día? – preguntó Merche.

Me quedé callado, sin saber cómo responder. La pregunta era totalmente neutra, un interés normal dentro de lo que era nuestra relación tía-sobrino, pero teniendo en cuenta lo que había pasado entre nosotros esa misma mañana, su pregunta me dejó totalmente descolocado.

-        Eh… bien… - acerté a contestar, notando cómo empezaba a sudar nerviosamente.

-        ¿Sí? ¿Y qué has hecho hoy, cariño?

Escuchar esa pregunta y ver la sonrisa maléfica de mi tía, me dejó helado ¿A qué venía esa pregunta? ¿Es que quería que delante de mi tío la dijera “pues muy bien porque hemos follado esta mañana”?

El caso es que mi corazón se puso a palpitar con fuerza, ahora sí que rompí a sudar, la cabeza me funcionaba a mil por hora tratando de encontrar sin éxito una respuesta satisfactoria, y sin esperarlo, fue mi tío, la parte ajena a todo este embrollo, el que salió a mi rescate.

-        Pues habrá hecho lo que habrá querido…a ti te lo va a contar… - saltó sin saber que su mujer me había hecho perder la virginidad hacía unas horas – Siéntate ahí anda, no te quedes de pie – me ofreció mi tío.

-        Sí tesoro, siéntate aquí, anda – añadió mi tía exultante, señalando el hueco del sofá situado justo a su lado, sin dejar de sonreír irónicamente.

Me senté en el sitio que me ofrecía sin abrir la boca, con el corazón palpitando con tal fuerza que pensaba que se me iba a reventar, y con la esperanza de que mi tía se olvidara de mí y de esta forma, pasar desapercibido el resto de la noche.

No tardé en comprobar que no iba a tener esa suerte.

Sentía los ojos de Merche clavados en mí, y cuando la miré, apareció de nuevo esa maldita sonrisa, la de una niña que acaba de hacer una trastada y se siente propietaria de un secreto, en este caso, el nuestro, lo que me hizo reaccionar apartando la mirada.

Mi tía estaba jugando conmigo, y a los remordimientos que llevaban todo el día corroyéndome por dentro, se unió un sentimiento de humillación, no entendía a qué venía su actitud y empecé a pensar que se estaba riendo de mí, que esa mañana había hecho el ridículo al follar con ella, y que, al contrario de lo que creía, no la había satisfecho sexualmente.

Me obligué a centrarme en la televisión, a no desviar ni por un instante la mirada hacia Merche, pero cuando con toda intención cruzó sus piernas, terminó resultándome imposible.

La bata que llevaba era muy corta y muy escotada por lo caluroso del verano, y al cruzar la pierna, me ofreció una perfecta visión de la práctica totalidad de su muslo en una postura realmente impúdica, y con mis hormonas desatadas, no pude evitar mirar embobado la anatomía de mi tía y, como no, tuve una gran erección.

A pesar de la inocencia de mis trece años, sabía que lo había hecho a posta, sabía que hacérmelo pasar tan mal la hacía disfrutar sádicamente, y a pesar de las inmejorables vistas, no sabía cómo hacer que aquello parara.

-        Bueno…me voy a la cama…- dijo mi tío levantándose del sofá.

-        Yo también – solté ante la oportunidad de escapar de las redes de mi tía.

-        Qué prontito… - comentó mi tía con rostro compungido.

-        Mañana tengo tarea…- respondió mi tío, aunque yo sabía perfectamente que el comentario de Merche no iba dirigido a él…

-        Hasta mañana – susurré a continuación, huyendo hacia el pasillo rumbo a mi dormitorio.

Una vez en la cama, no dejé de reflexionar, tratando de poner un poco de orden en mi cabeza.

Seguía sintiéndome sucio, utilizado, avergonzado, culpable, me reconcomía la conciencia por haberme follado a mi tía, por haber actuado en contra de las más elementales normas de la moral, pero, por otro lado, esa hora que había estado en el salón junto a mi tía, a pesar de los nervios y de la incomodidad, me había excitado muchísimo, tanto, que la erección que me había provocado la visión del muslo de Merche aún no había desaparecido, y cuando los ronquidos de mi tío empezaron a invadir la paz del hogar, empecé a valorar la opción de hacerme una paja antes de dormir.

Sin embargo, antes de que empezara a acariciar mi duro pene infantil, sentí la puerta de mi dormitorio abrirse lentamente

Me alarmé, y al dirigir la vista hacia la entrada, divisé entre la oscuridad a mi tía traspasando la puerta de puntillas, cerrando la puerta tras ella silenciosamente.

Ella siguió acercándose a mi cama con total sigilo, y al darse cuenta de que aún estaba despierto, se llevó el dedo índice a la boca en señal de que debía permanecer callado.

Obedecí su orden, no para evitar un escándalo, sino porque estaba sorprendido, asustado y totalmente desconcertado, no era capaz de entender qué hacía mi tía a esas horas de la noche en mi dormitorio, más aún cuando su marido dormía plácidamente en la habitación de al lado, pero no iba a tardar en encontrar respuestas a todas mis preguntas.

Una vez que Merche comprobó que iba a guardar silencio, atisbé en la penumbra del dormitorio su sonrisa traviesa, y como si aquello se tratase de un simple e inocente juego, levantó la sábana que cubría mi cintura, e introdujo su mano debajo de mi ropa, primero palpando mi entrepierna, y tras comprobar el estado de dureza de mi casi infantil polla, empezó a cascármela suavemente bajo las sábanas mientras me observaba igual de sonriente que si acabara de abrir sus regalos de navidad.

No me lo podía creer.

Tenía a mi tía meneándomela en mitad de la noche como si fuera lo más normal de mundo, observando divertida mi rostro en la oscuridad, mientras yo me encontraba totalmente paralizado, sin saber cómo actuar, debido a la sorpresa de esa visita nocturna, y al miedo a ser sorprendido por mi tío, cuyos ronquidos seguían sonando rítmica en el dormitorio de al lado.

Pero Merche no se conformaba solo con eso.

Con mi prepúber pene en estado de total erección, apartó la sábana y, con rudeza, me bajó los pantalones del pijama y el calzoncillo hasta los tobillos, y tras observar meditabunda lo que tenía entre las piernas, se puso de rodillas en el suelo, justo al borde de mi cama, echó hacia atrás la piel de mi pene hasta el máximo, y empezó a jugar con su hábil lengua por la superficie de mi joven glande sin dejar ni un solo rincón libre de su caricia, hasta que ya como colofón, se sujetó el pelo con una coleta, y decididamente, se la metió en la boca para iniciar una de sus fantásticas mamadas.

Los nervios y el miedo me seguían atenazando, pero no podía negar que también estaba muy excitado, no podía apartar la vista de mi tía, quien se balanceaba repetidamente sobre mi jovencísimo pito, sentía plenamente sus labios acoplados al tronco, la lengua que lamía el glande, dándose un respiro en su espléndida felación, el placer de sus caricias en mis genitales…en mi dormitorio solamente se escuchaba el sonido del trabajo de Merche en mi impúber órgano falo y los ronquidos de su marido desde el dormitorio de al lado…

De repente, mi tía cambió su táctica feladora, sus labios se adosaron justo a la unión entre mi glande y mi prepucio, convirtiendo el ritmo de su mamada en vertiginoso, como si desease que me corriera lo antes posible, algo lógico a la vista del peligro que corríamos de despertar a mi tío y que descubriera a su mujer chupándosela a su sobrino…

En ese momento estaba como loco, eso me estaba gustando de verdad, observaba hipnotizado la cabeza de mi tía agitándose, con la parte de su melena que no había sido recogida bailando arriba y abajo en un total caos, me estaba regalando tal placer que, al sentir mi semen reagrupándose en la base de mi casi infantil pito, justo donde la experta mano de mi tía me masajeaba, empecé a ver cercano el momento de correrme, viéndome en la necesidad de avisarla, tal y como me había pedido esa misma mañana, pero debido al pánico que sentía de despertar a mi tío, no me atreví a abrir la boca, y me vi incapaz de avisarla de cualquier otro modo.

Y el momento llegó.

Mi tía me la estaba mamando con furia, sujetándose el pelo con una mano como buenamente podía, y aplicando su otra mano a las caricias de mi pene, su cabeza subía y bajaba sin bajar, y yo ya no pude más, me corrí.

Merche, en lugar de apartarse, hizo todo lo contrario, se introdujo mi preadolescente polla más adentro de su boca, y su lengua se puso a juguetear en la punta de mi glande mientras me estaba corriendo, produciéndome un placer como nunca antes había sentido.

La inesperada mamada de mi tía me había transportado a otro mundo, al cual volví cuando Merche, una vez que comprobó que había sido totalmente ordeñado, apartó su boca de mi pito, me miró mientras se ponía en pie, tragó el semen que previamente la había regalado, y tras sonreírme en la penumbra, se giró y, caminando de puntillas, abandonó mi dormitorio.

Así me dejó, tumbado en la cama, con los calzoncillos por las rodillas tras haberme realizado una espléndida felación, escuchando los ronquidos de mi tío y totalmente desconcertado por lo que acababa de ocurrir.

Y pensando en lo que podría pasar la mañana siguiente…